Darío Villanueva

Entre las públicas y razonadas quejas y protestas de intelectuales y artistas por la tardanza de las instituciones públicas en la difusión del programa conmemorativo del IV Centenario de su muerte, se presentó un libro que recoge los únicos autógrafos del creador de El Quijote

Entre las públicas y razonadas quejas y protestas de intelectuales y artistas por la tardanza de las instituciones públicas en la difusión del programa conmemorativo del IV Centenario de su muerte, se presentó un libro que recoge los únicos autógrafos del creador de El Quijote. El rescate de sus restos en la primavera de 2015 en la cripta del templo madrileño de las Trinitarias Descalzas – por un equipo interdisciplinar dirigido por el antropólogo Francisco Etxebarría – y esta iniciativa editorial, promovida por Taberna Libraria, con un lujoso volumen de gran formato y con una tirada limitada a 1616 ejemplares numerados – para perpetuar la fecha de su muerte – son los únicos signos positivos de una efeméride profusamente anunciada y, por lo que parece, actualmente eclipsada. Aún así, es justo destacar la publicación de los once testimonios de puño y letra de Miguel de Cervantes Saavedra – nacido en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547, por lo que fue bautizado con el nombre del arcángel guerrero – y que son cartas, actas y documentos públicos; los estudios paralelos, firmados por prestigiosos paleógrafos, gramáticos e, incluso, expertos en grafocaracterología, nos permiten conocer mejor la personalidad del Príncipe de los Ingenios que, a la vez, fue un combatiente mutilado en Lepanto, un forzado buscavidas burlado por los poderosos que, a pesar de todo, se mantuvo, y mantuvo a su familia, con discretos empleos públicos donde no fue – la verdad es majadera – ni diligente ni escrupuloso en el control de los caudales; en suma, “un hombre al que acompañó tenazmente el fracaso y que al final de sus días, después de haberse desgastado en afanes indignos de su talento, dio a luz una obra genial”.

Este certero retrato de Darío Villanueva, director de la Real Academia Española, en el ensayo que prologa los “Autógrafos” nos revela sus cuitas y miserias y nos acerca al paradójico y prolífico autor que dejó una lírica pulida y una épica enfática, capa usual para las decadencias nacionales; fue un dramaturgo aceptable, ora ampuloso ora popular en sus alegres entremeses, un escritor de oficio y, sobre todo, el impulsor de la novela moderna y el factor de la primera obra de rango universal en lengua castellana. Bajo sus señas personales y familiares, en la sepultura rescatada y mejorada figura, una reflexión extraída de “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, publicada poco antes de morir: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”.

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