El día de la marmota

Vale que revivas, o creas hacerlo, un momento anterior igual, pero tres y tan seguidos parece casi imposible. Confieso que jamás me había ocurrido lo que les cuento, que es rigurosamente cierto. Y también que estaba sobrio.

El sábado pasado viví yo, en el Puerto de la Cruz, mi particular día de la marmota. Conducía por el centro del Puerto y se me cruzó el mismo Mercedes que el viernes en la calle José de Arroyo, cedí el paso al mismo negro con gorra del día anterior, en el trayecto próximo, y en el siguiente cruce, y en idéntica ruta, se acercaron al coche la misma señora mayor y la misma joven de la víspera a preguntarme por la dirección de un restaurante. Era como si hubieran existido dos días iguales, con idénticos personajes, y viví un interminable dejavú que acabó por ponerme nervioso y por hacerme pensar si realmente aquello era posible o estaba viviendo una alucinación. El hombre del Mercedes lucía la misma sonrisa, el negro llevaba los collares del día anterior e idéntica gorra de cuadros y las dos mujeres que se acercaron a la ventanilla del coche, yo parado ante el semáforo de la calle Cupido, para preguntarme por un restaurante de la zona portuaria, eran exactamente las mismas del viernes. Cuando logré salir del Puerto me di cuenta de que realmente estaba viviendo el día de la marmota y que todo lo que ocurría en aquella película puede ser perfectamente posible. Yo me tengo por un tipo equilibrado y dueño de mis actos, pero no creo que pueda existir tanta casualidad. Vale que revivas, o creas hacerlo, un momento anterior igual, pero tres y tan seguidos parece casi imposible. Confieso que jamás me había ocurrido lo que les cuento, que es rigurosamente cierto. Y también que estaba sobrio.

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