Peluches

Sam, un perro de peluche, fue visto por última vez en la estratosfera. Llegó tan lejos formando parte de un proyecto -más o menos científico- de la escuela primaria de Lancashire, en Inglaterra

Sam, un perro de peluche, fue visto por última vez en la estratosfera. Llegó tan lejos formando parte de un proyecto -más o menos científico- de la escuela primaria de Lancashire, en Inglaterra. Subió atado a un globo de helio y a una GoPro que debía inmortalizar el viaje del muñeco. El globo alcanzó 25 kilómetros de altitud y cayó, pero sin Sam. Al sur de Lancashire, a unas cuatro horas de vuelo, en Canarias, el Gobierno ha enviado una carta de peluche a 2.000 kilómetros de altitud. Es más que probable que la carta, atada a un globo sonda y a una cámara de televisión, llegue a su destino. Alcanzará la estratosfera en la que gravita el ministro de Hacienda, pero después le perderemos el rastro. El experimento, bienintencionado, está condenado al fracaso. Pedir a un Gobierno interino que garantice el mantenimiento de las condiciones del fondo de facilidad financiera, condone la deuda de 219 millones derivada del fondo de liquidez y permita el acceso a los fondos de convergencia es tanto como pretender que Sam vuelva a la escuela primaria de Lancashire al volante de una Harley Davidson, hablando cinco idiomas y con un doctorado en Termodinámica. Teniendo en cuenta que el Gobierno del Estado que surja de éstas u otras urnas deberá recortar muchos miles de millones (y pronto) para cumplir con el déficit que exige Bruselas, siendo realistas -y no es el caso, no están siéndolo- hay que aceptar que jamás volveremos a saber de perros o cartas de peluche que hayan sido enviados a una estratosfera en funciones; nunca aterrizarán, de regreso, en la realidad que pisamos. La carta alcanzará 2.000 kilómetros de altitud y caerá, pero sin Montoro.

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