Antonio se ha suicidado – Por Carmelo Pérez

Buff. Es el día de la Trinidad. Hoy nos toca a los curas abrir el armario de los recursos oratorios para intentar explicar lo inexplicable

Buff. Es el día de la Trinidad. Hoy nos toca a los curas abrir el armario de los recursos oratorios para intentar explicar lo inexplicable. Imagínese: darle forma a una homilía sobre algo que llamamos “un misterio”. Y hacerlo de forma que te entiendan todos… sin terminar tú mismo de entenderlo. Pues un lío.

Seguramente, el secreto de este día está más bien en aprender a callar. Hoy los sacerdotes deberíamos experimentar e invitar a nuestra gente a sondear la grandeza de hacer silencio ante lo más grande. No es para evitar preguntas incómodas, sino para abrir el horizonte: Dios es misterio porque nunca terminaremos de conocer su esencia, su más íntima verdad. Dios es Dios. Siempre mucho más, más grande, más bueno, más inmenso, más intenso. Más misericordia. Amor. Dios es amor. Es lo único que necesitamos saber. Y silencio para recorrer el camino.

Este misterio amable del Dios uno y tres me conduce a otro misterio no tan acogedor. El dolor, la muerte, el sufrimiento del inocente, la caída del justo. Las cloacas de la vida asumen a diario una corriente infinita de amarguras sin consuelo.

Antonio tenía 15 años cuando se quitó la vida. Giovanna y Domenico, sus padres, jamás volverán a ser los mismos. Hace unas semanas, se encontraron con el Papa, que los abrazó. Y lo mismo hizo con familiares de los masacrados por sus propios hermanos en Ruanda, y con aquellos que perdieron a los que querían en estúpidos accidentes de tráfico. Francisco los abrazó a todos.

Y recordó el Pontífice el llanto de Jesús por la muerte de su amigo Lázaro: “Sus lágrimas han desconcertado a muchos teólogos durante siglos pero, sobre todo, han aliviado muchas heridas. Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende”. Esto dijo Francisco, con la misma sencillez con que intranquiliza a diario a quienes sólo viven de teorías y ensalmos.

El misterio áspero del sinsentido sí que es un reto para nuestra fe, y no aquel otro hermoso de la Santísima Trinidad, comunidad de amores. Es ante el vacío de lo absurdo cuando un creyente aprende a ponerse en manos del misterio de Dios, reconociendo lo que en teoría ya sabemos: que la vida es dura. Pero, sobre todo, experimentado el consuelo de saber que la humanidad de Dios es nuestra única tabla de salvación.

“Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos a nuestro alrededor buscando a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos”. Porque Dios también sabe lo que es llorar. Ése sí que es un misterio.

El pequeño Antonio desgarró el hilo de su vida cuando lo tenía todo por estrenar. Ante semejante crueldad del camino, el único consuelo es refugiarse en el misterio de las lágrimas de Dios. Tan reales como el dolor mismo.

@karmelojph

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