Estrellas verdes

A las banderas les pasa lo que a la televisión, al ron o a los teléfonos móviles. No son malos en sí mismos, depende del uso que se les dé

A las banderas les pasa lo que a la televisión, al ron o a los teléfonos móviles. No son malos en sí mismos, depende del uso que se les dé. Si se consumen con moderación, sentido común y educación -síntomas, entre otros, de inteligencia- no cabe dramatizar ni ofenderse. Prohibir la exhibición de banderas es torpe, tramposo. Quienes lo han intentado lo saben, pero al PP le interesan debates dirigidos a las vísceras, a los instintos territoriales básicos, no al cerebro (¿o acaso pretenden que nos creamos que Dancausa dio el paso sin consultar al partido?). Quieren al electorado entretenido con polémicas que lo alejen de la realidad, de los recortes, del retroceso del bienestar, de los juzgados, de las desigualdades. Moderación, sentido común y educación para que cualquier bandera pueda ser exhibida por cualquiera en cualquier sitio. La estelada en el Calderón, la española en el Paseo de Gracia o la tricolor con siete estrellas verdes en estadios, canchas y verbenas. Me gusta la bandera; oh, mamá, bandera tricolor; con siete estrellas verdes. Bandera que está en el paisaje emocional no solo de los independentistas. Forma parte, entre otras, de la banda sonora de una generación baloncestística poco sospechosa de tener entre sus ocupaciones separarse de España. La fiesta que protagonizaron en la grada las aficiones de Barça y Sevilla son el mejor argumento para ridiculizar a quienes hacen política con estas cosas; por ejemplo ese PP que con este tipo de juegos ha terminado convirtiéndose en una factoría en la que se engorda un independentismo que no tiene razón de ser en la España del siglo XXI. Oh, mamá, bandera tricolor.

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