La noche del haragán

El electorado y los perros huelen los factores biológicos que delatan al miedo. Son capaces de detectar -y contagiar- los cambios hormonales o de conducta que el vecino del quinto, Pedro Sánchez o los miembros de su equipo emiten al sentir miedo

El electorado y los perros huelen los factores biológicos que delatan al miedo. Son capaces de detectar -y contagiar- los cambios hormonales o de conducta que el vecino del quinto, Pedro Sánchez o los miembros de su equipo emiten al sentir miedo. Al electorado, como a los perros, le resulta fácil captar el olor incómodo que están desprendiendo los socialistas. Pinta mal, y a peor, para el PSOE. Cuando un candidato se asusta, y es el caso, duda, desconfía y genera inseguridad. Sánchez ya no convence, asusta. Y aburre. Cansa. Poniéndoselo aún más difícil, quienes lo rodean parecen aún más desconcertados que él. El miedo no los deja pensar. A la desesperada sacan del baúl los restos del felipismo y, ya a la deriva, renuncian al voto más joven, que es el que decide quién sube o baja, gana o pierde, avanza o retrocede, gobierna o dimite la noche electoral. El PSOE tiene un problema, y grande. Al presentar a un candidato que murió políticamente allá por abril la campaña de los socialistas lejos de oler a futuro recuerda a un entierro de la sardina, o a la cabalgata del haragán con la que en algunos pueblos terminan sus fiestas. Afrontar una campaña con un candidato haragán los conduce a un batacazo. ¿Cómo convencer al electorado cuando los suyos ya le han rescindido el contrato? Sánchez se conjuga en pasado imperfecto, y puede que en su caída arrastre al partido al tercer puesto, a una travesía del desierto de final incierto. La noche electoral los socialistas quemarán a su haragán; y, como en los pueblos, con la hoguera en el PSOE podrán restaurar el orden alterado por un candidato que dejó de serlo allá por abril.

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