El animal político de Aristóteles

El hombre, desde que es hombre, incluso, seguramente, desde antes de ser “sapiens”, necesitaba de un orden para ordenar primero sus ideas, sus haceres, sus proyectos, y hasta el vivir en comunidad

El hombre, desde que es hombre, incluso, seguramente, desde antes de ser “sapiens”, necesitaba de un orden para ordenar primero sus ideas, sus haceres, sus proyectos, y hasta el vivir en comunidad. Aristóteles dice que el hombre es un ser que necesita de cosas y de los otros, y por lo tanto ser un pobre e imperfecto, en busca de la comunidad para lograr sentirse completos. Y de esto se deduce que el hombre es naturalmente político. Por otra parte, para Aristóteles, que vive fuera de la comunidad organizada –la ciudad o polis griega- o es un ser degradado o un ser sobrehumano –divinidad-. Según Aristóteles, el concepto de ciudadano varía con el tipo de gobierno. Esto es porque el ciudadano es aquel que participa activamente en la elaboración y aplicación de las leyes, que son preparados por el rey, la monarquía; unos pocos, la oligarquía; o por todos los ciudadanos libres, democracia, esta última es la que nosotros salvaguardamos –claro casi 2.500 años después-. Aquí comienza a nacer el aroma, el perfume, que nos define y señala que “el hombre es un animal político”. Sea como sea, de uno, unos pocos, o de todos, el hombre es un ser que necesita ejercer el poder y, a su vez, sentir que hay un poder que logra el buen camino a seguir por cada uno y un pueblo.

Acudo, obviamente, para elaborar esta columna a muchas fuentes, entre ellas al “Diccionario Filosófico” de Fernando Savater, y otras obras de esta “enorme mente que produce para el ser y para la educación”, como una vez de él dijo otro gran filósofo y amante de enseñar Filosofía, el profesor tinerfeño –adoptivo pero tinerfeño- Vicente Rodríguez Lozano. Por cierto, hablando del hombre, del ser humano, como animal político, don Vicente lo era. Por aquel entonces, por el entonces de Aristóteles, -ha llovido mucho desde aquellos tiempos-, no todos los que viven en la ciudad son ciudadanos. Aristóteles distinguía habitante de los ciudadanos, ya que los hay que viven en la ciudad pero que no forman parte de ella, mientras que los que realmente piensan tienen derecho a deliberar y votar sobre las leyes que preservan y protegen el estado. “En otras palabras, un ciudadano es aquel que tiene poder ejecutivo, legislativo y judicial. Los ancianos y los niños no son realmente los ciudadanos. La edad está exenta de cualquier servicio y los niños no tienen edad aún para realizar los deberes cívicos”. Sí, ha llovido mucho desde aquellos días aristotélicos, hoy los ancianos pueden votar, y los jóvenes también –no los niños, menores de edad-. Aún así, quizás debamos pararnos a pensar y considerar que a veces parecemos niños cuando ejercemos nuestros actos políticos, incluso el voto. Claramente, Aristóteles no se refería a esta premisa anterior mía, sino que su idea recaía claramente en que no era propio de un niño o un anciano votar. Sin embargo, esa consideración no prospero, no lo hizo muchos años más allá de aquellas centurias antes de Cristo. Hoy, muchos ancianos están yendo a ejercer su voto, como lo han hecho en esta España nuestra desde que recuperamos la Democracia.

Pasado ya el día de reflexión y siendo hoy el día en el que millones de españoles nos acercamos a las urnas para decidir “los animales políticos” que habrán de llevar las riendas de nuestra tierra, esta “España nuestra”, que no es un sintagma propio del siglo XXI, como muchos han creído, sino de la España de Antonio Machado, pues quizás hoy es un día para acudir a la metafísica aristotélica y desde ella barruntar el sentido que sí ha de tener la política y el poder democrático, incluso hoy en el siglo XXI. Aristóteles concebía las cuatro causas que determinaban una comunidad, de la siguiente manera: “Estos son grupos de hombres unidos por un fin común, en relación con la amistad y la justicia, es decir, un vínculo emocional. Las características de la comunidad son: Causa Material: casas, pueblos, etcétera. Es desde el lugar de nacimiento de la ciudad. Causa Formal: el sistema o la Constitución ordena que la relación entre sus partes, que lo forman. Causa Eficiente: el desarrollo natural. Para Aristóteles la ciudad es un ser natural, un organismo vivo. Causa Final: El propósito de la ciudad es la felicidad, es decir, para alcanzar el bien soberano. Para Aristóteles, ‘toda comunidad busca un bien’. El bien del que se trata aquí es en realidad un fin determinado. No se refiere al bien correcto, universal, sino a todo acto que tiene como finalidad un cierto bien. Siendo así, toda la comunidad tiene una ventaja que debe ser aquella principal y que contiene en sí todas las demás. Por ello, la mayor ventaja posible es el bien soberano. La comunidad política, dice Aristóteles, es aquella que es soberana de todas e incluye todas las demás (Política, 1252 a3-). Esto significa que la comunidad política es la ciudad que incluye todas las demás formas de comunidad (hogares y aldeas) que lo componen. La ciudad es el último grado de la comunidad. Además, la ciudad es suprema entre todas las comunidades y su objetivo es el bien soberano, y hay por tanto una analogía. El fin de cada cosa es justamente la naturaleza, así como todo lo anterior y sus partes. De esta manera, además de todas las otras comunidades, ella es lógica y ontológicamente anterior a estas. Por lo tanto, debe prevalecer sobre las otras partes”.

Se invita así a que reflexionemos, quizás hoy, con más necesidad que en comicios anteriores sobre lo siguiente: “El animal político o ciudadano es el hombre libre que disfruta de los derechos naturales por su competencia en ordenar, mientras que, los hombres dotados únicamente de robustez física y poco intelecto son aptos para obedecer, y esa analogía se extiende a la relación entre la soberanía de la ciudad y las comunidades que participan de ella con sus fines específicos. El hombre libre es soberano porque es señor y dueño de sí mismo”. Esta última frase da para mucho. Feliz fiesta de la Democracia, el día de llevar el voto a las urnas, como la bautizaron el 15 de junio de 1977, los Padres de la Democracia en aquellos comicios de carácter histórico, que constituyeron las primeras elecciones libres que se celebraban desde febrero de 1936.

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