La última morada

De la matazón que se produce en Venezuela deduzco que aquel funerario afrancesado del que me hablaba tanto Mauricio Gómez-Leal, paz descanse, se hubiera hecho ahora millonario, con tanto cadáver

De la matazón que se produce en Venezuela deduzco que aquel funerario afrancesado del que me hablaba tanto Mauricio Gómez-Leal, paz descanse, se hubiera hecho ahora millonario, con tanto cadáver. El hombre, muy fino, tuvo la idea de montar una funeraria de lujo y la bautizó con una ironía: La Dernière Maison (no sé bien dónde se ponen las tildes en francés, discúlpeme usted, monsieur Dekany, si he errado); es decir, La Última Morada. Lo cierto es que el hombre también se forró en aquella época porque lo que nunca han faltado en Venezuela son cadáveres. Hay de sobra. Y si el animal de Maduro sigue en el poder, no te digo yo la que se puede armar. Han empezado a agitarse los barrios: en Ciudad Bolívar cientos de comercios han sido arrasados por la hambruna y el vandalismo. Por hablar de Mauricio, también me contó la anécdota de un comerciante de Santa Cruz, salido mental, que regentaba una zapatería, y que montó en la misma un sofisticado sistema de espejos para, desde la trastienda, verle las nalgas a las señoras de buen ver que se probaban los zapatos. Cada vez que entro en una tienda de estas me acuerdo del amigo de Mauricio, a quien no tuve el placer de conocer; me quedé con las ganas de felicitarlo por la idea.

Y como estamos en situación, les hablaré de un famoso barbero portuense, que murió en los brazos de mi padre, al que estaba afeitando en ese momento. Para refrescarse la garganta tenía el fígaro la costumbre de meterse un caramelo de menta en la boca, se la enjuagaba con agua fría, se sacaba el caramelo -que le duraba un mes- y lanzaba el buche de agua por la puerta de la barbería, donde dejaba cada día un considerable charco. ¿No me digan que esto no es más divertido que hablar de Fernando Clavijo y de Barragán, un suponer?

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