Las falsas necesidades – Por Carlos Blanco

El Estado se hará cargo de las autopistas de peaje que se encuentran en quiebra

El Estado se hará cargo de las autopistas de peaje que se encuentran en quiebra. Un enorme despropósito cuando existen otras prioridades sociales y económicas de mayor calado en las que invertir esos ingentes recursos. De nuevo los ciudadanos deberán hacerse cargo del pésimo diseño y descoordinación en la planificación de las infraestructuras por parte de las administraciones nacionales y regionales.

A estas alturas, en esta época de particularismos encolerizados, a más de cuarenta años de la construcción de la autopista del Mediterráneo, la primera, resulta llamativo observar hasta qué punto las autopistas de peaje constituyen una de las más visibles señas de identidad catalana. Es notorio el malestar de muchos ciudadanos de Cataluña cuando atraviesan España y comprueban la envidiable situación viaria del resto de los españoles, sin peaje ni demasiado tráfico. Impresiones que vienen apoyadas en datos incontestables. Sirva de ejemplo el andaluz. Allí, la Junta ha construido 817 kilómetros de autovía, todos libres de peaje, mientras que en Cataluña la red autonómica cuenta con 402 kilómetros de los que 169 son de peaje. El agravio comparativo ya está servido y circulando.

La Comisión Europea ha mostrado muchas veces su rechazo a la forma de concesiones de autopistas que llevan al Estado a asumir el grueso de las pérdidas si las cosas salen mal. Y también se ha mostrado en contra de la construcción de estas infraestructuras en zonas de poca circulación. Nada de esto se ha tenido en cuenta con las autopistas en bancarrota ahora de actualidad.

Con el resultado de un palmario desequilibrio territorial en la distribución de autopistas de peaje o gratis total. Estos días puede verse cómo una mala planificación deriva en falsas necesidades que transfieren inversiones desbocadas y gastos irresponsables, además de insolidarios. Veánse sino los Palaus, aeropuertos, Cúpulas, contenedores varios totalmente prescindibles y autopistas fantasmas, orientadas más al interés propio que al interés general. El desaguisado es tan burdo, tan grosero para los paganos/ciudadanos, que no puede tratarse solo de incompetencia. Es, sobre todo, el efecto de un ideario, un credo que santifica el aprovechamiento particular por parte de algunos, con el resultado de un goce barato y desmedido de lo público.

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