Quedarse en blanco

Una vez más, será por la edad, me he quedado en blanco. He salido poco, así que esos temas que habitualmente me saltan desde los bordes de las carreteras se han refugiado en sus madrigueras

Una vez más, será por la edad, me he quedado en blanco. He salido poco, así que esos temas que habitualmente me saltan desde los bordes de las carreteras se han refugiado en sus madrigueras. La radio no pone sino villancicos y el pacto no acaba de romperse (aunque creo que le queda poco), así que me senté aquí con las ideas en la Patagonia y con ganas de irme a la cama. Pero el puto folio no puede fallar en la labor habitual del cronista de todos los días. Ha tenido la amabilidad Álvaro Morales de incluirme en su serie de entrevistas llevada a un libro. Me hizo, en su día, una buena entrevista, mejor, incluso, que las que yo me hago a mí mismo. Lo presenta el 29, en el Círculo de Bellas Artes, me parece. Se lo presenta Juan Cruz. He comenzado a leer el libro de Juan Luis Cebrián, su autobiografía (Debate), y las primeras líneas del texto prometen. Es lógico que Juan Luis Cebrián despierte envidias. Es uno de los periodistas que ha triunfado en este país, que ha ganado dinero, que ha sido premiado, que llega a la Academia y que ha sido desplumado, pero este último es un tema personal en el que no me meto. A los 19 años estaba Juan Luis en Londres aprendiendo inglés y visitando los grandes medios impresos de la ciudad. Yo no sabía que el Times -¿o quizá era otro periódico?- imprimía unos cientos de ejemplares de cada edición en un papel especial para que los miembros de la familia real, a los que iban destinados esos ejemplares, no se mancharan las manos de tinta. Imaginen cómo se pondrían los venados de Podemos si eso se hiciera aquí en España. Ah, y han absuelto a Rita Maestre por enseñar el tetamen
-escaso- en una iglesia. Joder, qué país.

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