Santa Cruz, corazón del Carnaval

Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, la fiesta es vivida con una profunda intensidad, ya que forma parte de la historia de la capital y además mueve un gran volumen de negocio y visitantes a la Isla
Coso del Carnaval. | DA

Por José Manuel Ledesma (*cronista oficial de Santa Cruz de Tenerife)

Desde el siglo XVIII, la burguesía chicharrera, ligada a la actividad comercial, comenzó a protagonizar en sus domicilios los bailes de Carnaval, mientras que la gente del pueblo se divertía en la calle.

Como apenas se daban ocasiones para que los hombres y las mujeres se relacionaran, era tradicional que en las fiestas se intentaran lograr estos encuentros, formando parte de un juego galante.

Las mujeres -tapadas-, cubriéndose el rostro con el celaje de las mantillas, se acercaban a los galanes para pedir la feria; es decir, solicitarle un regalo, lo que daba lugar al inicio de una conversación; mientras que los hombres -embozados-, disimulando su identidad tras la vuelta de su capa y bajo las sombras del ala del sombrero, aprovechaban este momento para decirle galanterías a las damas.

Los primeros bailes de Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, en los que el pueblo comenzó a dar rienda suelta a los impulsos soterrados durante todo un año, tuvieron lugar en varias casas de la alta burguesía chicharrera, el martes 24 de febrero de 1778; saraos que continuaron el jueves de Comadres, y terminaron el domingo de Piñata.

Con la aparición, en 1840, de las primeras sociedades culturales y recreativas de Santa Cruz, la temporada de bailes de disfraces comenzaba el 8 de diciembre y continuaba hasta el domingo de Piñata. Estos saraos tenían lugar en el Teatro -inaugurado en 1851-; en el Casino -fundado en 1840-; en el Círculo de Amistad -abierto en 1856- y en la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia -inaugurada en 1858-. Mientras, el pueblo llano los celebraba en las plazas y calles de la ciudad.

El Real Casino de Santa Cruz de Tenerife celebraba, el lunes de Carnaval, el evento social más importante de su Sociedad. Al baile asistían las primeras autoridades, civiles y militares, así como numerosas personalidades de la Isla, todos vestidos de rigurosa etiqueta o uniforme. A partir de 1925 se permitió que acudieran con disfraz.

La fiesta en las calles siempre ha gozado de una gran popularidad, sobre todo por la convivencia y hospitalidad del pueblo tinerfeño que ha hecho al Carnaval chicharrero acreedor de ser el más seguro y participativo del mundo; tal como ocurrió en el año 1987, cuando en la plaza de España se reunieron 250.000 personas para bailar con la afamada orquesta Billo’s Caracas Boys, y la inolvidable Celia Cruz, consiguiendo para la capital el récord Guinness.

Bandos de prohibición

Como disfrazarse en Carnavales no estaba bien visto por la autoridad civil y menos por la religiosa, en 1792, para evitar y prevenir escándalos, comenzaron a publicarse bandos que prohibían esta práctica. También, durante estos años existió permisividad, más o menos vigilada; por ejemplo, el alcalde José María de Villa, que en 1803 había prohibido las máscaras, tanto en público como en casas particulares, en 1814, hizo gala de una inesperada tolerancia, y reconoció que “las personas que se disfrazan nunca han dado desorden, pues es bien conocida la docilidad y comedimiento del vecindario de este pueblo, motivo por el que no parece prudente privarle de esta fiesta a la que están acostumbrados”. De la misma manera, cuando el alcalde Nicolás González Sopranis (1809) le pidió al comandante general O’Donnell que prohibiera los carnavales, este le contestó: “Este es un pueblo pacífico y bastará con que algunas patrullas celen y guarden el orden”. Esta forma de represión perduró hasta 1838, año en que se endurecieron las sanciones.

En los primeros años del siglo XX, aún se mantenían las prohibiciones de las máscaras, pero con una política de tolerancia, más o menos vigilada, mientras que los bailes de disfraces continuaban celebrándose en las sociedades, aunque de forma camuflada. En 1931, en plena República, los Carnavales fueron declarados Fiestas Oficiales de Santa Cruz, constituyéndose por primera vez una comisión de Fiestas.

El Miércoles de Ceniza las carnestolendas tienen su broche final con el entierro de la sardina, que es trasladada al muelle por las irreverentes viudas. SERGIO MÉNDEZ

Clandestinidad

Después de los periodos bélicos, las Carnestolendas (en 1937 fueron suspendidas) se llevaban a cabo de forma clandestina, según el parámetro de tolerancia que tuvieran los gobernadores civiles de turno; pues, la mayoría de ellos, después de publicar el bando con las prohibiciones pertinentes, se marchaban de la ciudad con la excusa de un ineludible viaje al sur de la Isla.

El mandato de mayor tolerancia carnavalera fue el de Santiago Galindo Herrero (1958-1960), gobernador civil al que le gustaba asistir a todos los actos que se organizaban. Sin embargo, el espaldarazo a nuestra fiesta carnavalera llegó en 1961, cuando el gobernador civil Manuel Ballesteros Gaibrois, el obispo Nivariense Domingo Pérez Cáceres, y el secretario de Información y Turismo, Opelio Rodríguez Peña, tuvieron la idea de sustituir el nombre de Carnaval por el de Fiestas de Invierno de Santa Cruz de Tenerife.

De esta manera, en 1967, los únicos Carnavales que se celebraban en toda España fueron declarados Fiestas de Invierno Turístico Nacional, distinción que, en 1980, alcanzaría el título de Fiestas de Invierno Turístico Internacional, por ser una celebración popular, vivida con profunda intensidad, que forma parte de la historia de Santa Cruz de Tenerife. El primer cartel anunciador de la Fiesta se realizó en el año 1933, en un concurso organizado por el Círculo de Bellas Artes. En los siguientes años, afamados artistas participaron en su elaboración, logrando resultados espectaculares. Ante la categoría y relevancia que estas Fiestas fueron adquiriendo, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife sentó las bases para su despegue definitivo, y comenzó a programar y organizar los actos.

Certámenes de rondallas, las más veteranas del Carnaval chicharrero pues se celebran desde 1891; agrupaciones coreográficas, cuya música está relacionada con la alegoría de la indumentaria que visten; agrupaciones musicales, herederas de la vieja parranda carnavalera; o Canción de la risa, donde el humor impera por encima de todo.

Los concursos de murgas llevan un siglo participando en la fiesta; el de comparsas, que animan a sumarse con su ritmo y armonía; o de disfraces, ya sea individuales, en pareja, o en grupo, que constituyen la esencia del Carnaval.

La elección de la Reina del Carnaval es uno de los actos más emblemáticos de la fiesta desde que tuvo lugar su primera edición, en 1935 en el Círculo de Amistad XII de Enero, cuando el título recayó en la señorita Onagra Lorenzo Díaz. En la actualidad, el certamen es un gran espectáculo en el que las figuras principales son las esbeltas señoritas que, representando a distintas empresas, realzan su belleza luciendo preciosos y deslumbrantes vestidos, diseñados por los expertos en moda.

Una vez finalizados los distintos concursos, todas las agrupaciones citadas, acompañadas de miles de personas disfrazadas, carrozas, y coches engalanados, se dan cita en la Cabalgata Anunciadora, que tiene lugar el viernes anterior a los días grandes de la fiesta.

Para cerrar los actos, el martes de Carnaval se celebra un Gran Coso en la avenida de Anaga (Francisco La Roche), donde cientos de miles de personas se entregan a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo que generan todos los que, de una manera u otra, han participado en la fiesta, produciendo una fusión de color y sana alegría.

Entre los carnavaleros ilustres no podemos olvidarnos de Pedro Gómez Cuenca, conocido como el Charlot de Tenerife, quien ejerció durante varias décadas de embajador del Carnaval por multitud de ciudades europeas.

La festividad se despide el Miércoles de Ceniza con el entierro de la sardina -chicharro-. A esta irreverente procesión, burlesca y desenfadada, se unen plañideras y viudas que, entre lágrimas y desmayos, trasladan al chicharro hasta las proximidades del muelle para que el fuego expiatorio nos libre de los excesos cometidos durante la fiesta. Aunque con esto se da paso a la Cuaresma, tiempo de reflexión religiosa y espiritual, todavía queda la Piñata Chica el sábado y domingo siguientes.

Motor de la economía

El Carnaval es para Santa Cruz de Tenerife más que una Fiesta de Invierno, pues el volumen de negocio que mueve el sector profesional de costureras y diseñadores, junto con los comercios textiles y de complementos especializados en la venta de artículos carnavaleros, es un auténtico motor de la economía de la capital. De la misma manera, la llegada de visitantes peninsulares y extranjeros estimula los negocios de hoteles y los establecimientos dedicados a la restauración

Como dato curioso, y con el fin de ponerle una guinda a este humilde artículo, hay que recordar que en 1976, cuando la ciudad de Las Palmas quiso recuperar la fiesta, después de 40 años de suspensión, Santa Cruz de Tenerife le envió una representación de nuestro Carnaval. Les gustó tanto que, al año siguiente, la organización canariona contrató a la totalidad de los grupos carnavaleros chicharreros, fletando un ferry para tal fin.

TE PUEDE INTERESAR