Díaz de la Barreda: “El teatro era antes donde la palabra tenía todo su significado”

Entrevista al histórico director y actor teatral Eloy Díaz de la Barreda
Foto: Fran Pallero

“Tengo cerca de 90 años. Comprendo perfectamente que este es otro tiempo.  Para mí, el teatro fue una pasión y  hasta una enfermedad mental que me ha durado bastante, pero como El Quijote, yo ya estoy jubilado. Aún así, agradezco que se acuerden de mí”. Eloy Díaz de la Barreda nos deja entrar en su casa un viernes por la tarde, a invadir su espacio para revolucionar sus recuerdos. Se dice que para construir el futuro se debe tener en cuenta el pasado, lo que hicieron los que estaban antes, por eso, a don Eloy hay que escucharlo con atención y reflexionar sobre sus palabras. Su currículo, que nos deja en un dosier, es tan extenso que resulta imposible replicarlo en estas líneas. Intentando resumir, ha dirigido más de 60 obras de teatro, fue actor en muchas otras, fue también director del Teatro de Cámara de Canarias y del Teatro Español Universitario de La Laguna, de espacios dramáticos en Radio Club Tenerife, donde ponía voz al carismático Tío Pepote. La lista es extensísima.

-¿Cuándo nace su amor por el teatro?
“Yo siempre me pregunto por qué no me dio por otra cosa. Pero las vocaciones, como el amor, son un misterio, que ni la Santísima Trinidad. ¿Por qué le gusta a uno Juana y no su hermana que es gemela? ¿Por qué uno se enamora de una persona en concreto dentro de un grupo de personas inmenso? Igual es el teatro”.

-¿Ha cambiado mucho el teatro en Canarias desde aquella época?
“El teatro ha cambiado bastante por muchas razones. No obstante, yo echo en falta el teatro de autor. Desde mi época hasta ahora hemos vivido una auténtica revolución, debido a los medios técnicos, a la tecnología.  En aquellos momentos, los decorados eran de papel, por ejemplo. En mi época, no había televisión, en la radio solo había una emisora y el teatro profesional lo representaban las compañías que llegaban a las Islas haciendo escala hacia América.   En mi época, el teatro se consideraba como un instrumento de influencia política y social. Ahora no es así. Echo en falta que con la democracia y la libertad no hayan surgido más Bueros Vallejo,  más Alfonsos Sastre. El teatro actualmente, me parece, no ha conseguido  ser el lugar de la palabra y el mítin, en el sentido más noble de ese término.  El teatro es también un espejo para la sociedad, y es vital que el reflejo le responda que ella no es la más guapa, que es una sociedad con una serie de monstruos. El teatro no es el reflejo del escenario actual”.

-¿Recuerda su primera obra de teatro?
“Mi primer contacto con el teatro fue a través del juego. En aquella época, los niños jugábamos a los soldados, a la pelota de trapo, a las procesiones o a las comedias. En los pueblos había muchos cines y esa era la referencia para nosotros. Cuando uno veía en las películas a esos niños actores, uno trataba, como en las demás cosas porque el juego también es teatro, de imitar. Hacíamos un teatrito casero y cobrábamos a los amigos unos céntimos para ver una función. El salto lo di con 20 años, cuando  me atreví a montar La tienda de antigüedades, de Charles Dickens. Esa obra fue muy importante, porque estaba Alfonso García Ramos, Gilberto Alemán, Adrián Alemán, Teresita Corbella… Esto fue en 1947, fue un éxito y tuvo una gran repercusión”.

-70 años de eso. En el contexto social de aquella época, ¿se podía dedicar al mundo de la cultura?
“Aquella era una época en la que la dedicación a la cultura estaba muy marginada. Recuerdo que fui yo el que inauguró el Paraninfo de La Laguna, o que representé una obra prohibida en un consejo de ministros, o que la primera exposición de Pedro González fue el decorado que ilustraba las lecturas dramatizadas que dirigía. Estaría un año para contar todo, y ya es algo muy revuelto”.

Foto: Fran Pallero

-Al mirar hacia el pasado, ¿se siente orgulloso de todo lo que ha hecho?
“Sí, me siento orgulloso. Pero mi mujer, cuando yo la pretendía, me dijo un versito: ‘la mujer que se enamora de un hombre de teatro, es como quien tiene hambre, y le dan bicarbonato’ [ríe].  Me siento orgulloso, sobre todo, porque fue una época en la que los jóvenes que nos dedicábamos a esto éramos considerados como locos. Pero a nosotros nos gustaba presumir de melena, propia de los poetas, y de llevar una pequeña flor en el ojal de la americana. Era otra época donde no había tantos elementos de distracción y el teatro era la tribuna importante, el lugar donde la palabra tenía todo su significado y toda su intención. A mí me gustaría que hubiera en la juventud una mayor preocupación por el mundo interior, y menos culto al cuerpo”.

-En su juventud marcha a Madrid a perseguir el sueño de convertirse en un hombre del teatro. ¿Cómo fue la travesía?
“El isleño siempre ha tendido a la fuga, porque el mar y el horizonte nos crean esa necesidad de salir fuera. En 1949, fui a Madrid, allí intervine en dos obras que montaba el discípulo de  Federico García Lorca”.

-¿Madrid era  el Broadway para los actores, dramaturgos y directores isleños?
“Todavía lo es. En aquel entonces todo estaba muy centralizado en Madrid. Todos miraban hacia allí, ya que había una estructura estable y mucha tradición teatral. Los canarios aportamos muy buenos actores al teatro madrileño. Pero, al ver el mundo interior de aquel tipo de teatro, yo no lo acepté. No me gustó”.

-¿Por qué? ¿Qué se encontró en Madrid?
“El teatro profesional es un mundo con muchas carencias, la inestabilidad, el esperar junto al teléfono que el representante le llame a uno para ofrecerle un trabajo, que puede gustarle o no. Es un mundo difícil, son muy pocos los que llegan entre miles de miles de actores. Como ocurre en Estados Unidos y también se da en Madrid, son muchos los actores detrás de la barra de un bar.  Cada persona tiene su historia. En un capítulo de la novela de mi vida, al volver de unas cortas vacaciones, conocí aquí a la que fue luego mi mujer, y ya eso me enganchó. Junto a eso, se funda el Teatro Español Universitario y me nombran director. Total, que me quedé por aquí, idealizando el teatro, quizá más que cuando me fui a Madrid buscando ese Broadway español”.

-Luego, se hace jefe de protocolo en el Cabildo de Tenerife…
“La verdad es que, como dije antes, es muy difícil vivir del arte. Aquí en Tenerife, Domingo Pérez Minik era contable de una petrolera,Eduardo Westerdahl trabajaba en un banco… Los que nos dedicábamos al arte teníamos que depender de otra cosa, y yo, a todas estas, estaba enamorado. Antes el hombre era el principal responsable de la economía familiar, así que, tomé el empleo de jefe de protocolo del Cabildo de Tenerife. Era el modus vivendi. No quiere decir que yo no viviera del teatro, pero tampoco alcanzaba. José Antonio Sabina, por ejemplo, director de la Orquesta Sinfónica en aquella época, también trabajaba en el Cabildo. Son muchos los casos. Ahora estoy viendo con mucha satisfacción que hay actores que se mueven en Tenerife como profesionales, que están viviendo de esto. A mí eso me maravilla, porque en mi tiempo no fue así”.

-¿Ahora sigue viviendo el teatro como espectador?
“Ocurre una cosa curiosa, a mí nunca me ha entusiasmado el teatro como espectador. A mí el teatro me gustaba al revés, desde el escenario. La magia de una cortina, del telón que se descuelga. Qué gran misterio, qué sería lo que te podrías encontrar detrás de él. Ese mundo de la escena es el que me cautiva. Me daba igual si había diez espectadores o si el teatro estaba lleno, porque yo disfrutaba con esa magia del escenario, de los focos, de los decorados. Hubo un momento en que alguien me invitó a una obra y la decliné, entonces lo entendió: estaba empachado de teatro. Por otro lado, me da la impresión de que los que nos hemos dedicado al teatro no tenemos una mirada limpia cuando estamos en el público, porque valoramos todo”.

-¿Qué ocurrió con el Teatro de Cámara de Canarias? ¿Por qué ya no contamos con esta plataforma?
“Era la continuidad del teatro universitario. Fue una gran satisfacción haber montado algunas obras de autores isleños, como Ángel Camacho, de quien monté cinco obras, o Gilberto Alemán. Este proyecto llegó a su fin cuando comprendí que me podía dar un infarto. El teatro es un juego en el que puede pasar de todo. Imagine que una actriz, en medio de un ensayo general, decide que no quiere actuar. ¿Cómo se le puede convencer?  En una ocasión entró un grillo al Guimerá en medio de una obra. El teatro es la cosa más estresante que se pueda imaginar. Una obra que va muy bien puede ser un fracaso en los últimos cinco minutos por cualquier fallo”.

-Usted dijo en una entrevista que la gente joven se olvidaba de los autores de teatro tinerfeños de otra época…
“Ahora estoy viendo que ya hay un grupito de tres o cuatro dramaturgos que hacen teatro de autor, y me alegra”.

-La radio también marcó un hito en su carrera. ¿Cómo nace el Tío Pepote?
“En el año 1951, interpreté a esa especie de Mister Scrooge del Cuento de Navidad, pero ya al final, cuando era un viejito bondadoso. El Tío Pepote era, quizá, al viejito en el que me he convertido hoy. En esa época solo había una emisora, Radio Club Tenerife, y no todo el mundo tenía un receptor de radio. Este programa mío era muy famoso. En los pueblos, se ponía la radio en las ventanas de las casas y los vecinos se ponían en las calles a escucharlo. Yo contaba unos cuentos interpretados y, al finalizar, mandaba caramelos a los niños’”.

-¿Lo recuerda  con cariño?
“No solo yo, también lo recuerda toda una generación, porque era como un día de Reyes. Era en complicidad con los padres, yo decía que los caramelos estaban detrás de la radio, y los padres se encargaban de hacer la magia”.

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