Se acabó Trump. Nace ‘Fortyfive’

He estado ahora en Brooklyn, Nueva York, visitando amigos. Es el barrio más multirracial, más 'multirracultural', más 'multiantriTrump', en la ciudad menos 'trumpista' del universo

He estado ahora en Brooklyn, Nueva York, visitando amigos. Es el barrio más multirracial, más multirracultural, más multiantriTrump, en la ciudad menos trumpista del universo. Allí me encontré con una misteriosa inscripción en muchas puertas y en muchos muros y en muchas paredes. La inscripción a veces era numeral, a veces era escrita en letras. Unas veces, pues, era 45 y otras veces era Fortyfive.

¿Fortifive? ¿45? Le pregunté a una amiga judía, que vive allí desde el siglo pasado (no hace mucho, pues), por el significado de esas cifras de números y letras que domina en las calles de Brooklyn.

Es muy sencillo. El barrio más contracultural de Estados Unidos ha decidido que ya su presidente no tiene nombre sino número; desde ahora Trump es 45 o Fortyfive, pues hace ese número en la relación de presidentes norteamericanos.

El primer paso para que alguien deje de existir es quitarle el nombre. El segundo paso, convertirlo en número. Este 45 que ahora cae en desgracia en Brooklyn, en Nueva York y en el mundo es un hombre que ha traído la controversia negativa al país más positivo de la tierra. Se ha hecho antipático, porque es enfático y estúpido en su engreimiento; dice No a sus adversarios, que son la prensa, los políticos y el público en general, sólo por puro capricho. Dice No al cambio climático porque le sale de sus calores; dice No al Obamacare porque no le da la gana de ser solidario. Dice No a la buena educación porque es un mal educado.

Ese número es una desgracia para Estados Unidos. El 45. Fortyfive. Pero más desgracia es, aún, el nombre propio; ya es gafe decirlo aquí en las conversaciones, ya mueve a risa en el extranjero. A los norteamericanos les da vergüenza usarlo, como si estuvieran reclamando la presencia del diablo, y ya empieza a decirse la palabra impeachment, la que llevó a la ruina a Richard Nixon, como un mantra.

Pronuncié esa palabra, impeachment, en uno de los encuentros que tuve en Brooklyn. No la quieren escuchar, como el nombre propio del Fortyfive. ¿Y por qué?, me permití preguntar.

-Muy sencillo, me dijo mi amiga judía. Pence, el vicepresidente, es aún peor que el 45.

-¿Y qué tal si ustedes lo llaman 46?

-Ni pensarlo. Lo que queremos es que 45 se vaya por su propio pie, que los norteamericanos se den cuenta de que es perjudicial para el clima y para la salud.

Por lo que observé, al menos en esa familia judía, quien les llena el corazón es el presidente francés, capaz de humillar al 45 en el mundo entero, al posponer el saludo que le ofrecía el arrogante hombre del rostro naranja.

Macron es el héroe, como lo son los chinos que ahora van a tirarle a la cara al 45 el acuerdo del cambio climático de París.

Que el presidente de los Estados Unidos deje de tener nombre es el primer paso para que deje de existir. Pero antes de que esto ocurra esta potencia imponente de la tierra tiene que empezar a soltar amarras de su propio poder.

-En eso estamos, me dijo la judía. Cuando dejemos de sentirnos los dueños del mundo empezaremos a ser dueños de nosotros mismos. Y entonces Fortyfive será tan solo un mal recuerdo.

A lo largo de los días me convencí de que Fortyfive tiene los días contados. Pero son más de 45.

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