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La inocencia del diccionario

El jueves pasado denunciábamos el mal uso del lenguaje por parte de los políticos y los medios de comunicación cuando llaman pirómanos a los incendiarios de nuestros montes

El jueves pasado denunciábamos el mal uso del lenguaje por parte de los políticos y los medios de comunicación cuando llaman pirómanos a los incendiarios de nuestros montes. Porque un pirómano es un enfermo mental que sufre una tendencia patológica a la provocación de incendios, lo que le eximiría de culpa y evitaría su calificación como criminal. Pues bien, no termina aquí la relación de términos incorrectos y equívocos de uso general -e injustificado- en nuestra política y nuestro periodismo. Otra denominación condenable es la de “moción de confianza”. No, no hay mociones de confianza en ningún Parlamento del mundo. Y no las hay porque la confianza la solicita a la Cámara el presidente del Gobierno, que pregunta si sigue contando con la confianza política que le otorgaron en la investidura. Es una institución de continuidad que se concreta en una pregunta, en una cuestión, y por eso su denominación correcta es “cuestión de confianza”. Por el contrario, la censura sí es una moción, una “moción de censura”, porque en ella la iniciativa en contra del Gobierno la toman los parlamentarios, y las mociones son una de las posibles iniciativas parlamentarias que se producen en el contexto del funcionamiento de las Cámaras.

Otro término incorrecto es denominar “topes” a las barreras electorales o cláusulas de exclusión, es decir, al número mínimo de votos que, en cada sistema electoral, debe obtener una candidatura, no para conseguir algún escaño, sino para participar en su reparto, en el cual puede o no obtenerlo. Se trata entonces de un mínimo de hay que alcanzar, de una barrera que hay que superar, mientras “tope” es todo lo contrario, es un límite superior que no se puede exceder. Por eso es tan absurdo e incorrecto su uso con el sentido de barrera. A pesar de ello, es casi imposible encontrar un político o un periodista que no lo emplee.

Desde hace más de treinta años, la reforma del sistema electoral canario es un asunto Guadiana que aparece y desaparece periódicamente del debate político y ciudadano. Ahora está de nuevo de actualidad, y precisamente la rebaja de los exagerados porcentajes de nuestras barreras parece que será casi la única modificación que aceptarán Coalición Canaria y el Partido Popular. No en vano un autor como Dieter Nohlen nos advierte de que la reforma de los sistemas electorales siempre es problemática, difícil e improbable, porque los partidos que gobiernan gracias a un determinado sistema electoral no están dispuestos a modificarlo y destruir así la escalera que les ha permitido subir hasta el poder. Porque no hay sistemas electorales inocentes o neutros, todos comportan determinados efectos. Y tendremos que ponernos de acuerdo sobre qué efectos queremos conseguir para saber qué reformas queremos hacer.

A lo peor, la extraña unanimidad de políticos y periodistas en usar tantos términos incorrectos tampoco es inocente. Habría que investigarlo.

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