reflexión

La experiencia y el testimonio

Ya lo he contado en alguna ocasión. Pero es tan revelador el ejemplo que sigue viniéndome al pensamiento cuando quiero hablar de la experiencia personal de algo. Me refiero al comentario de Don Damián cuando nos decía que del azúcar se pueden realizar grandes conferencias que narren sus cualidades bioquímicas, nutricionales, incluso aspectos históricos y culturales, económicos, sociales y, como no, de salud pública. Sin embargo, nada es igual al hecho sencillo de meter el dedo en el azucarero y llevárselo a la boca. Es entonces cuando sabemos de una manera nueva y distinta lo que es, en realidad, el azúcar. La experiencia personal de algo nos da la posibilidad de ser testigos de ello, de dar testimonio veraz.

El Catecismo de la Iglesia católica comienza afirmando que el ser humano tiene la huella de Dios en su existencia de tal manera que -y usa tres verbos para definirlo- busca, conoce y ama a Dios. Buscar, como quien siente el tirón interior de un deseo escondido que barrunta una presencia otra e infinita, un anhelo del corazón que le hace salir de sí para encontrar a quien dé sentido y dirección a la existencia. Sólo se alegra al conocer el que anduvo buscando. Por eso conocer es la otra actitud que nos define como personas. Y, aunque la estatura más alta de lo humano es el uso riguroso de la inteligencia racional, existe una intuición inicial que nos dice que ahí está, siendo la plenitud de la verdad que lleva al extremo tantas hermosas verdades que se nos ofrecen en el camino. Buscar y conocer…

Pero hasta que no introducimos el dedo en el azucarero de su existencia y probamos su dulzura amorosa, todo es, más o menos, aproximaciones teóricas. Amar y ser amados es nuestra identidad más plena. Y cuando reconocemos el amor más grande, nuestras búsquedas se sosiegan y nuestro conocimiento llega a plenitud.

Entonces sí es posible ser testigo. Porque no decimos lo que hemos oído, por extraordinariamente hermoso que sea, sino que compartimos lo que ha dado luz y color a nuestra vida. Decimos lo que hemos experimentado. Y nuestra palabra se convierte en verdad. Sabemos que dice verdad y nos hace verdaderos.

El Papa Francisco nos ha invitado en Evangelii Gaudium, n 3, a que no dejemos de procurar tener una experiencia personal de encuentro con Jesús. Que abandonemos nuestros discursos de planteamientos meramente teóricos y saboreemos la dulzura personal de ese amor definitivo. Y es posible tenerlo, encontrarlo. No es una búsqueda ciega e imposible. Es una nube luminosa que nos ofrece la paradoja de envolver un exceso de luz que encandila y duele por excesiva…

No tengamos miedo a meter el dedo en el azucarero.

TE PUEDE INTERESAR