en la frontera

1917-1927

El centenario de la revolución rusa, que está pasando sin pena ni gloria, invita a reflexionar acerca del sentido de las revoluciones y de lo que realmente han traído consigo

El centenario de la revolución rusa, que está pasando sin pena ni gloria, invita a reflexionar acerca del sentido de las revoluciones y de lo que realmente han traído consigo. Para ello nada mejor que recordar a Paul Virilo, para quien el comunismo no ha desaparecido sino que se ha privatizado. Su tesis, sugestiva y bastante certera, parte del análisis del comportamiento de la nomenclatura comunista durante la caída del Muro de Berlín. En síntesis: quienes se encargaron de la transición a las libertades lo hicieron, como regla, en su propio beneficio aprovechando la posición que tenían en el momento de la crisis del sistema. Obviamente, los grandes líderes fueron abandonados, pero la burocracia dirigente supo encontrar un lugar bajo el sol para hacerse de oro. En unos casos de forma descarada y en otros más o menos sutilmente.

En efecto, en casi todos los casos, las ricas y privilegiadas oligarquías que surgen tras el ocaso del comunismo formal proceden de las estructuras del viejo poder comunista. No hay más que echar una ojeada a lo que pasó en Rusia, Polonia, Chequia o Rumanía durante los procesos de transición a la democracia para caer en la cuenta de cómo se ha operado este cambio formal de poder. Por ejemplo, en Rumanía, tal y como ha estudiado el historiador Maurius Oprea, también se experimentó ese terrible proceso de privatización del comunismo. En otros países, aquellos dónde prosperó un sistema comunista “stricto sensu”, caso de Nicaragua, por ejemplo, se observa un muy relevante cambio de estatus en los dirigentes guerrilleros. Se convirtieron en opulentos y oligarcas poderosos que tal vez por ser nuevos ricos, por falta de experiencia como millonarios o por complejo de inferioridad social, resultaron más codiciosos y rapaces que los antiguos dirigentes a quienes sustituyeron.

La realidad de estos procesos revolucionarios nos enseña que junto a muchas personas que de buena se alistaron a la causa de la justicia social nos encontramos con sujetos que utilizaron la revolución en su propio beneficio. ¿O es que el nivel de vida de la nomenclatura soviética en comparación con la vida de los trabajadores tiene alguna justificación en un régimen supuestamente diseñado para compartir y sacar de la postración a los parias y desfavorecidos de este mundo?. Mientras unos cayeron por la mejora de las condiciones de vida del pueblo, otros se elevaron usando la revolución. En cierta manera, la gran farsa de la construcción del conflicto y del uso de la violencia como métodos para la consecución de la igualdad social reside en esto: que nunca alcanza su objetivo. Por una razón que la historia tozudamente nos demuestra hasta la saciedad: la mejora de las condiciones de vida de la gente sólo es posible en el marco de un sistema democrático. La democracia se apoya, es bien sabido, en el principio de juridicidad, en la separación de poderes y en el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona. Criterios que normalmente no siguen a las revoluciones, teñidas y tejidas, así lo demuestra la historia, de oscuridad, opacidad y sospecha. Al final, lo de siempre: quienes usan alternativamente la revolución suelen llevarse el gato al agua.

El comunismo, el marxismo, no ha desaparecido. De ninguna manera. Me atrevería a decir que está más activo que nunca. Ahora bajo otras estrategias, bajo otras tácticas, bajo otras fórmulas. Opera no sólo en el marco de los movimientos antiglobalización o antisistema. Fundamentalmente su campo de acción es de la cultura, el de la instauración, de nuevo, del pensamiento ideológico, de la división social, del enfrentamiento civil. Con un solo objetivo: llegar al poder o permanecer en él como sea. Ahí está la historia para quien quiera consultarla y aquí los tenemos de nuevo, bajo la máscara del odio, el resentimiento, y la envidia, sus principales señales de identidad.

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