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Cuando los políticos se ponen el casco amarillo

Ustedes mismos verán a los políticos colocando primeras piedras -por consiguiente, con poco riesgo de que otras caigan sobre sus cabezas--, cubiertas sus testas con unos horrendos cascos de obrero, amarillos

Ustedes mismos verán a los políticos colocando primeras piedras -por consiguiente, con poco riesgo de que otras caigan sobre sus cabezas–, cubiertas sus testas con unos horrendos cascos de obrero, amarillos, que a todos les quedan pequeños porque no sé qué tamaño descomunal de cabezas tienen los hombres públicos de esta isla. Cuando vean a un político cubierto, con poco arte, con un casco amarillo e inaugurando un futurible, es que la obra jamás se va a terminar. Y si alguna se acaba, entonces acuden a ella, a cortar la cinta, sin el casco, sino enchaquetados y encorbatados, con los cuellos de sus camisas apretados y sudando como patos. Luego se van a almorzar opíparamente, a costa del erario público, como en Fitur. Nunca evento alguno, por usar el horrible término, mató tanta hambre de concejales como Fitur, feria turística a la que acuden todos en tropel, con las barrigas por fuera y los cintos al revés, a saciar el hambre en el Txistu y a alternar en el Hot -los pringeitors- y en el Pigmalión de tenientes de alcaldes para arriba. No falla. Se colocan en las barras, como los vaqueros en los saloones, a esperar que se les acerquen las prójimas y meterles el rollo de sus municipales hazañas y de sus pringues varios en sus respectivos territorios comanches. Cualquier día nos encontramos a un teniente de alcalde en la barra del Pigmalión, con un casco amarillo de obra, inaugurando una botella de etiqueta azul, pagada con la Dinner´s del municipio. Esto no lo arregla ni el médico chino. Yo cuando veo a un político local o insular con un casco amarillo me echo a correr porque sé que hasta la primera piedra se te puede caer encima y es mejor poner tierra de por medio.

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