el charco hondo

Fue hace tanto (y hace nada)

Allá por los ochenta quisieron los afectos abrirme una puerta para colarme en la piel, los argumentos, los ojos, las reuniones, los salones y los actores colaterales del conflicto vasco

Allá por los ochenta quisieron los afectos abrirme una puerta para colarme en la piel, los argumentos, los ojos, las reuniones, los salones y los actores colaterales del conflicto vasco. Los libros acercan a la realidad, pero la verdad solo se deja desnudar, siquiera un poco, cuando se pisa, huele, escucha y toca. Hace ahora treinta años una familia, que no siendo la mía así lo siento, me ayudó a conocer sobre el terreno el día a día de la sociedad vasca, atrapada como estaba en un bucle emocional de paisajes, memorias y contextos irreconciliables, retenidos consciente o inconscientemente en un zulo sin apenas espacio para intentar el reencuentro, la reconciliación o el diálogo. Siempre ha resultado tentador sentenciar o pontificar desde fuera, instalados en la ficción de lucidez que alimenta la distancia. Otra cosa es hacerlo cuando se está dentro del dolor, necesitando una perspectiva o un sosiego que la cercanía te niega. Hace treinta años conviví con una sociedad rota, inmovilizada por el miedo o el odio, encañonada, vigilante, expectante, una sociedad situada delante o detrás de las pistolas. Treinta años después he regresado a aquellas pieles, rostros, calles y actores, y el país es otro demográfica, argumental y socialmente. Ochocientos cincuenta y tres muertos después la realidad es otra, pero ni una sola de las ochocientas cincuenta y tres muertes tuvo, tiene o tendrá justificación posible, razón u olvido.

Quienes apretaron el gatillo no tienen perdón, y tampoco quienes miraron hacia otro lado. Ni siquiera el lenguaje tramposo de la gramática terrorista, cargado de hipócritas connotaciones militares o revolucionarias, puede explicar la sinrazón de haber robado la vida a ochocientos cincuenta y tres muertos o de habérsela destrozado a sus parejas, madres, hermanos, hijos, padres o amigos. Ahora que va quedando atrás la conmoción de los días que siguieron al anuncio de los terroristas, los muertos merecen que el final de ETA se gestione con prudencia, sin eslóganes ni excesos; y los vascos, merecedores de crecer en un país diferente al de aquellos ochenta, deben encontrar el modo de reencontrarse.

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