en la frontera

Poder, equilibrio y moderación

Los proyectos políticos moderados deben ser proyectos equilibrados

Los proyectos políticos moderados deben ser proyectos equilibrados. Con esto quiero referirme a que son proyectos que deben contemplar el conjunto de la sociedad, y no sólo el conjunto como una abstracción, sino el conjunto con todos y cada uno de sus componentes, de modo que tendencialmente la política debe intentar dar una respuesta individualizada -podríamos decir- a las aspiraciones, necesidades y responsabilidades de cada uno de los ciudadanos.

Es decir, las políticas moderadas no se construyen atendiendo a una mayoría social, por muy numerosa y amplia que ésta pueda ser, como algunos han querido interpretar. Si así fuera estaríamos ante la realización de políticas posibilistas y oportunistas. Las políticas moderadas deben articularse mirando a todos los sectores sociales, sin exclusión de ninguno. Y desde la moderación debe negarse absolutamente que la mejora de un grupo social haya de hacerse necesariamente a costa de otros grupos o sectores. Esta interpretación sólo cabe desde una perspectiva de lucha de clases o desde un radical individualismo liberal.

Hoy, la experiencia histórica y la ciencia social y económica nos permite afirmar que sólo un crecimiento equilibrado permite una mejora real de los distintos sectores y segmentos de población. La experiencia soviética, el yermo social, político y económico se explica, en buena parte, por la destrucción revolucionaria de los sectores dinámicos de la economía. Las sociedades postindustriales, por otra parte, nos vienen enseñando que no es posible un desarrollo económico sostenido si no es sobre la estabilidad social conseguida por una participación efectiva de todos en la riqueza producida.

Por eso, que importante es la moderación y el sentido del equilibrio. Una moderación y un equilibrio que parten de firmes convicciones. Sin ellas, no hay más que debilidad, complejos y una incapacidad manifiesta de pensar en el conjunto porque quien quiere contentar a todos, y cede a sus principios, al final no contenta a nadie y, lo peor, se queda sin principios. Así de claro.
Otra cosa es el poder público que, en una acepción clásica, es el medio que tiene el Estado para hacer presente el bien de todos. Por tanto, en sí mismo, tiene una clara dimensión relacional y se fundamenta en su función de hacer posibles los presupuestos para el pleno desarrollo del ser humano.

El fundamento jurídico del poder público reside en la constitución natural del orden colectivo necesario para el cumplimiento de las funciones sociales fundamentales. Dicho orden, y por tanto su autoridad, se funda en la naturaleza del hombre. Así se entiende perfectamente que el poder político se encuentra subordinado al bien de todos.

Resulta en este sentido revelador recordar que el poder público se encuentra acompañado de un conjunto de facultades jurídicas especiales, que podríamos calificar de supremacía. Sí, de supremacía o de superioridad en la medida en que se dirigen a la consecución del bien de todos, del bien de toda la comunidad. Por eso, las personas que ejercen poderes públicos deben tener claro, muy claro, que dichos poderes se justifican en la medida que se utilicen al servicio del bien común.

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