por qué no me callo

Iván el Terrible y Ben-Hur

También esta vez -la de la censura a Rajoy- ha habido un autor en la sombra, alguien que urdió la treta y coronó a Sánchez presidente en una jugada maestra de ajedrez. La historia ha trascendido como uno de esos secretos que justifican las mayores odiseas sin decepcionar a los amantes de la intriga, pues todas las jugarretas que se precian de cambiar los destinos suelen tener, si se escarba, un porqué, un quién y un cuándo. Se llama Iván Redondo el joven asesor que trazó en un café con Sánchez la maniobra insospechada que lo haría presidente en cuanto saliera la sentencia del caso Gürtel y Rajoy quedara tocado sobre el tablero a falta de quien lo empujara.

Este Iván el Terrible, con sus trebejos, concibe la política sin escrúpulos ideológicos, embarrando lo que haga falta y explotando el talón de Aquiles del rival. Rajoy era el sparring perfecto para exaltar la figura del aspirante socialista que renació de sus cenizas. Es la receta de los modernos consultores instruidos en el marketing yanqui, donde coexisten materiales de uso corriente de la dialéctica cotidiana antes llamada crispación y fórmulas prefabricadas de contienda, de campo de batalla, de soldaditos de plomo. Este Iván el Terrible, como el zar del sobrenombre que ganó a janatos y astracanes, la vio venir y admite que en la arena del circo romano del Congreso solo caben hazañas como las de Ben-Hur. Y Pedro Sánchez traía su épica bajo el brazo, su destierro al puerto de Tiro como galeote y su retorno de auriga para vencer en la carrera de cuadrigas de la censura del viernes.

Cuenta en El Mundo Javier Negre que Iván Redondo -al que conoce bien, casi tanto como un discípulo- atesora a sus 37 años algunos éxitos -ojo, al dato- trabajando para el PP: hizo alcalde a Albiol en Badalona y presidente en Extremadura a Monago -el de los amores viajeros con la canaria-, y que fue su frustración por no llevar la campaña de Rajoy en 2015 la que le arrojó en brazos de Sánchez, que estaba al loro del talento del gurú. En algún blog de Iván Redondo pronosticó por entonces que el socialista sería presidente de este modo y manera. Empezó a fabricar el producto justo cuando Sánchez era la víctima propiciatoria de Susana Díaz y en su partido lo consideraban un noísta recalcitrante condenado a sucumbir en la nadería de su rebelión contra los poderes fácticos del aparato. Y lo armó de argumentario para hacerse un relato, una épica y un trasunto de ave fénix predestinado a ser el Mesías.

En el curso de ese café mañanero en el que acuñaron el segundo cambio del PSOE desde el 82, Iván le propuso trabajar en la sombra, sin despacho en Ferraz cuando reconquistara el poder del partido, y así hasta el viernes, en que cruzaba los dedos en la tribuna de invitados como si estuviera rezando -y rezaba- a la espera de la suma de votos, tras superar el peor momento, el de la temida reaparición de Rajoy en el último instante para dimitir. “Lo dejamos escapar”, murmuraban con desagrado por los pasillos del Congreso algunos populares que estaban al corriente del fichaje secreto del asesor tránsfuga de Sánchez. En Génova no quisieron darle mando en plaza. Y hasta recibía elogios de Pablo Iglesias en la tuerka en tanto Urkullu -Iván es de San Sebastián- trató en vano de contratarlo. Claro que sabe lo que hace. Hace lo que sale por la tele, en House of Cards, Borgen y demás. De ahí su parto, el gobierno Frankenstein, digno de la nueva filmografía política. Su arma es el storytelling, contar historias que emocionen. Y su fuente de inspiración es Juana Mari, su madre.

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