por qué no me callo

La huella canaria de Trump

Cada la circunstancia del viaje de los reyes a Estados Unidos para ver a Trump en la Casa Blanca, se ha orquestado una inesperada reivindicación de los orígenes isleños de Luisiana y San Antonio de Texas, estos últimos de mayor calibre. La componenda histórica del tercer centenario de esos vínculos, una efeméride metida con calzador, no nos trae sin cuidado, puesto que nunca está de más poner al descubierto el pedigrí si conviene a los intereses comerciales y culturales de las dos orillas.

La coartada canaria del primer presidio franciscano de la capital de Bexar en Texas y su paralelo episodio de Nueva Orleans han permitido conformar un programa de actos consecuentes con el calado de tres siglos de hermanamiento hispano-americano. En estados Unidos no tienen memoria de España, ni saben dónde quedan las Islas Canarias, salvo excepciones como las de Kennedy, que, por lo visto, lo supo de niño jugando con un globo terráqueo sobre la mesa del despacho de su padre, o Barack Obama, que dio muestras de estar al corriente cuando lo entrevistó la paisana María Rozman. De resto, Trump debe de pensar que este es un archipiélago de las Antillas, unos islotes de Cuba, sobre lo cual tampoco le apetece entrar en detalles entre hamburguesas y cocacolas pegado a la tele y tuiteando sin parar. El caso es que Canarias se le ha metido a los yanquis por una rendija imprevista estos días de excursión de los reyes, solícitos con Clavijo y los descendientes de isleños mientras recorrían los vestigios de la presencia de aquellos emigrantes osados que en el siglo XVIII se jugaron el tipo en mitad del desierto para levantar los cimientos de futuras ciudades prósperas de la primera potencia del mundo que estaba aún por hacerse. Y este desescombro de las raíces de una decena de familias que fundaron San Antonio de Texas, canalizaron los ríos, construyeron viviendas, constituyeron su Cabildo y pusieron a un conejero al frente, ha supuesto una reconfortante defensa de la memoria de estas islas en aquel país que se olvidó de nosotros como del resto del mundo.

Coincide la celebración de la gesta de nuestros colonos, que zarparon de Santa Cruz en marzo de 1730 (y fundaron San Antonio un año después, lo que significa que faltaban unos años para redondear la efeméride) con un repunte de la inmigración por estas tierras, en medio del reciente cambio de Gobierno. La prensa nacional ha querido refrescar la memoria de los españoles aturdidos con la ola de emigrantes que puede regresar a nuestras costas, y un buen ejemplo fueron los barcos fantasmas de las islas hacia América. De esa diáspora somos deudores, tanto de Venezuela como de Cuba y de Argentina, Uruguay y otros destinos con los que guardamos parentesco en aquel continente. Uno recorre América y desempolva a cada paso un origen canario, un monolito con los nombres de los canarios que fundaron una ciudad, como vi en Montevideo, o una catedral como la de San Antonio de Texas, con la imagen de la Virgen de Candelaria, a la que accedes como si estuvieras en casa en compañía de don Emeterio Teobaldo Padrón, que consiguió antes de morir que pusieran a la plaza el nombre de la tierra de sus ancestros, islas Canarias.
Porque mucho antes de la emigración clandestina, hubo un éxodo fomentado desde la Corona, mediante un tributo en sangre, que suponía la obligación de poblar América con cinco familias canarias por cada cien toneladas de mercancía que llevaran los barcos que se hicieran escala aquí. Y, entre otras cosas, así nacieron los Estados Unidos, con la alícuota parte de estos peñascos. Pero eso a Trump le traerá sin cuidado.

TE PUEDE INTERESAR