el gran peligro del juego on-line

Exadicto al juego on-line: “Llegué a dejar de lado a mi familia; mi único objetivo era jugar, jugar y jugar”

La adicción al juego en internet llevó a Antonio a estar un paso de perder todo tras siete años enganchado; “Al grupo de rehabilitación va gente cada vez más joven, sacan dinero de donde sea”, reconoce

Antonio, nombre ficticio, tiene una máxima en la vida: nunca hay que mirar atrás. Sobre todo porque para este tinerfeño de 50 años su pasado contempla un descenso a los infiernos del juego on-line, un tiempo en el que lo perdió todo y solo con coraje, decisión y ayuda pudo recuperar su vida. “Dejé de lado a mi familia, pero la he recuperado; eso es lo verdaderamente importante”, dice con naturalidad y desprendiendo optimismo.

La de Antonio es una historia muy similar a la de otras personas atrapadas por el juego en internet. Comenzó jugando de manera esporádica, con un amigo, hasta que, sin darse cuenta, se encontró “metido en un hoyo” del que no resultaría sencillo salir: “Empecé con poco dinero, nada importante. Era un jugador social más. El problema es que, poco a poco, fui metiéndome de lleno, gastando cantidades que llegaron a ser tremendas”.

Fueron siete años de adicción al juego, al póker, más concretamente. Como suele suceder, la sensación de control acabó por sumir a Antonio en una pesadilla: “Jugaba a todas horas y en cualquier lugar, en casa, desde el móvil… lo hacía a todas horas. Llegó un punto en el que no dormía, me levantaba por las noches a jugar, comprando cuatro pantallas para poder disputar siete u ocho partidas a la vez”.

De esa manera el objetivo único en su vida era el de “jugar, jugar y jugar” hasta que él mismo dijo basta. Solo así saldría de aquel infierno en el que llegó a “dejar de lado” a familia, trabajo y vida social: “Nadie me obligó a hacerlo, pero me dije a mí mismo “ya está bien”. Mi mujer, que ahora me apoya, me dijo: “Búscate la vida”, y yo lo entiendo, porque somos buenas personas, pero en determinados momentos de la vida somos unos fuertes cabrones por culpa del juego. Tardé en ir a Atejure, pero, con trabajo, logré salir”.

Antonio nunca olvidará lo que le dijeron a su llegada a la asociación. “No daban un duro por mí”, rememora, pero aquello fue el inicio de tres años alejado del juego, que no curado, porque nunca se llega a curar una adicción de este tipo. Alejar la tentación es el gran objetivo: “No puedo jugar a nada que me incite a querer imponerme al que tenga al lado. Si yo juego al parchís quiero ganar a todo el mundo. Lo mismo me pasa con el ajedrez, la baraja… Tengo que alejarme de todo eso para no encender nuevamente la mecha. Es así de sencillo”.

Por su experiencia, respetando “siempre” que el juego es “un negocio más”, sí considera que “el bombardeo constante” que reciben, sobre todo los jóvenes, de publicidad de casas de apuestas resulta “muy peligroso”. “Por el grupo de rehabilitación va gente cada vez más joven. Llegan a pedir créditos para llevar a cabo sus apuestas deportivas. Los jóvenes sacan dinero de donde sea; esto los lleva a cometer otras cosas que no deben ocurrir”, señala con preocupación.

Antes de despedirnos, Antonio, que en ningún momento ha querido victimizarse, sino lanzar un mensaje de esperanza desde el reconocimiento de su problema, dice orgulloso que ha recuperado a su familia, su bien más preciado: “Las cosas malas que pasan en la vida hay que superarlas. El dinero que se fue volverá, pero ahora tengo a mi familia, a mi nieto; eso me hace feliz”.

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