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Sendero II: Montaña de Tafada

Un paseo por esta zona de Anaga, si el día está soleado, permite de disfrutar de unos paisajes poco vistos y que, según mi modesta opinión, merecen la pena. Un compañero peninsular que una vez acompañó a nuestro Grupo no se podía creer que, tras un paseo de varias horas transitando por una espléndida selva terciaria pudiéramos acabar en aquellas lomas mirando abajo, muy abajo, el Océano. Pero así es de maravillosa Anaga. E, igualmente, lo es Tenerife.

Si no quieren sufrir mucho subiendo y bajando lomas (ustedes se lo pierden) vamos en coche a Chamorga, pueblecito perdido casi al “final” de Anaga. Entre lomas, colinas, cumbres y un barranco. Y todo verde. Allí, a la entrada del barrio, dejamos el vehículo y comenzamos la subida. No se asusten, no es fuerte y es digna de conocerse. Y arriba, vigilando, el Roque Anambro.

 

Escribo de oídas. El ascenso por Chamorga arriba a Tafada, lo he hecho muchas veces, así que no me llamen mentiroso si ahora el sendero no está así. La última vez habían construido unos escalones de mampostería a los que ayudaron con una barandilla de troncos (bien) sujetos con unos gruesos tornillos metálicos (mal). Pero llevaba arriba, pasando por la Roca del Oso, parada casi obligatoria para descansar y sacer alguna foto.

Ya estamos casi arriba, junto a las ruinas de uno o dos edificios que alguna vez estuvieron habitados. En mi memoria está grabada una mañana calurosa cuando la gente que allí estaba nos ofreció agua al tiempo que observábamos huertas perfectamente preparadas, un corral con cabras y un niño que las guardaba.

Quiero no olvidarme de las flores. Casi en cualquier época del año podemos encontrar bicácaros, cardos, conejeras, flor de mayo, tederas, bejeques y brezos. Y crestas de gallo. En Tafada he visto las más hermosas crestas de gallo que haya podido ver en toda mi vida.

 

Abandonamos el camino hacia arriba y girando a la derecha, por una loma áspera y seca, nos acercamos al borde del acantilado. Un pequeño drago, tatuado con la incultura de la gente nos saluda antes de llegar al final. Entonces podemos contemplar el mar, el Faro de Anaga, el sendero que lleva a Roque Bermejo y los dos grandes Roques de Anaga, el de Afuera y el de Dentro. A mí siempre me pareció que son dos monstruos marinos de los cuales el que está más lejos intenta atrapar al más cercano a la costa.

 

A la izquierda se pierden, caliginosos, los acantilado que nos ocultan Almáciga y El Draguillo. Y muy cerca de donde asentamos nuestras botas, con un poco de suerte, podremos admirar el taginaste de plata, el taginaste blanco, que hace equilibrios circenses sobre el casi vertical talud que lleva al faro.

 

 

Nos volvemos atrás, hasta donde duermen las ruinas de lo que fue un hogar y retomamos la vereda que sube otro poco, muy suavemente, para introducirnos de nuevo en el bosque. Que se abre de vez en cuando dejándonos contemplar, a la izquierda y abajo, Chamorga, casi enfrente el Roque Anambro, a la derecha el Roque Icoso, el mar y los restos del barrio de las Palmas de Anaga… y los Roques, claro.

Continuamos un rato bajo la protección de la laurisilva hasta que llegamos casi a los Cuatro Caminos, pues a la derecha podríamos bajar al Draguillo, o a Almáciga, llegando hasta Taganana o más allá. De frente subiríamos a Cabezo de Tejo, o seguir a La Ensillada o hasta El Pijaral; pero, esta vez, giramos a la izquierda para volver a Chamorga, al principio entre el monte, luego aparecen huertas, frutales, unos pequeños estanques, cañaverales, el camino que nos llevaría a La Cumbrilla y, finalmente, regresamos a Chamorga.

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