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150 años del Sistema Ortega (I)

En julio de 1868, el Boletín de la Sociedad de Amigos del País de Santa Cruz de La Palma publicaba un amplio artículo sobre la primera máquina eólica que un particular le encargaba al ingeniero popular Isidoro Ortega Sánchez
Foto: Francisco M. Jiménez Acosta
Foto: Francisco M. Jiménez Acosta
Foto: Francisco M. Jiménez Acosta

Por Manuel Poggio Capote y Antonio Lorenzo Tena, investigadores etnográficos

En julio de 1868, el Boletín de la Sociedad de Amigos del País de Santa Cruz de La Palma publicaba un amplio artículo suscrito por Benjamín J. Delgado, profesor de la escuela de Instrucción Primaria de la capital palmera, y Antonio Rodríguez López, célebre escritor y periodista local, titulado Nuevo molino de viento: Sistema Ortega. En aquellas páginas se daba a conocer la primera máquina eólica que un particular le encargaba al ingeniero popular Isidoro Ortega Sánchez.

Nacido en Santa Cruz de La Palma el 4 de abril de 1843, Ortega Sánchez era, en 1868, un joven de 25 años; autodidacta y sin apenas formación escolar, la personalidad de este artífice ha quedado como paradigma de esas mentes despiertas que, de cuando en cuando, afloran en las geografías más recónditas. Durante su juventud aprendió y desarrolló distintos oficios, carpintero,
zapatero, cerrajero o herrero, que le valieron de fundamento para la ingeniería aplicada con posterioridad. No en vano, Rodríguez López calificaba a don Isidoro, en las páginas del
referido Boletín de los Amigos del País, como poseedor de “un ingenio claro y unas disposiciones admirables para la mecánica”.

El nuevo sistema molinológico, desarrollado en la segunda mitad del siglo XIX, se identificaba por un acentuado pragmatismo en el aprovechamiento de la madera de tea como material de construcción. A partir de estas condiciones, Ortega Sánchez desarrolló una serie de cualidades técnicas que permitieron, por ejemplo, un trabajo más cómodo o una mayor productividad de estos novedosos establecimientos harineros. Además, los edificios del Sistema Ortega eran mucho más fáciles y baratos de construir que los clásicos molinos de torre hasta entonces vigentes en Canarias.

Su apariencia completamente lignaria, junto a la sobriedad de la obra, condujo, también, a que, en 1952, el etnólogo Julio Caro Baroja los calificara como “auténticas ruedas de viento”.
Ortega Sánchez construyó los dos primeros prototipos en la casa familiar de Monte Pueblo (Villa de Mazo). La vivienda y sus dependencias anejas sirvieron de este modo, durante el bienio de 1866-1867, como un laboratorio en el que ensayar patrones, piezas y accesorios. Poco después, en torno a los primeros meses de 1868, Manuel Cabezola Carmona contrató con don Isidoro la construcción de un molino en su hacienda de Miranda o de Los Cuatro Caminos, en Breña Alta. Entonces el arquetipo molinero se encontraba listo para su puesta en práctica. El ingenio de Breña Alta se convirtió así en el primer aparato de carácter público erigido por Ortega Sánchez.

En julio de 1868, el molino promovido por Cabezola Carmona se encontraba en plena actividad industrial y su funcionamiento debió prolongarse a lo largo de las siguientes décadas. Ruinoso en 1929, en 1933 se inicia un trabajo de restauración a cargo de Juan Hernández Morera. Sin embargo, a los dos años fue en parte destruido por un temporal. Su dueño, Manuel Bravo Cabrera, encargó su reparación a Juan y Antonio Díaz, carpinteros de Puntallana. En 1975 se inició por parte del Cabildo de La Palma una nueva restauración que, aunque no se prorrogó, ha permitido la conservación de esta pionera fábrica harinera en un estado razonable.

La relevancia social y la huella de aquella industria abierta por Cabezola Carmona ha marcado su ubicación como un enclave estratégico entre la población de Las Breñas: el lugar se refleja en la toponimia local, y se conoce, desde al menos unos cincuenta años, como El Molino. Además, debe agregarse el indudable valor patrimonial de este inmueble: es el primer molino oficial de Ortega Sánchez. En 2017, el Ayuntamiento de Breña Alta adquiere el viejo ingenio, acentuando, aún más, este legado, vinculado a uno de los principales hitos tecnológicos que se han desarrollado, a lo largo de historia, en la isla de La Palma.

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