después del paréntesis

Unos y otros

Fue en el patio de una iglesia del norte de Londres

Fue en el patio de una iglesia del norte de Londres. Sencilla y maravillosa, como todas las iglesias inglesas, con jardines que cuidan pasos y muertos que se recuerdan y con interiores lúcidos en cuyas paredes cuelgan nombres que engrandecen aún hoy a los vivos. En todo el lugar, un silencio majestuoso y un respeto halagador. Aprecias el sentido que desde sus muros se expande y la responsabilidad que exhibe ese cristianismo. Porque un pequeño mercadillo en el atrio de la puerta principal da sustento a los jóvenes díscolos de la parroquia.

Una invitación de los pastores: aportar algunos pounds para su labor. Buscas confirmar el complot. Localicé relojes. Me gustó uno de una marca británica conocida. Reímos el chico y yo por lo perfecto de la imitación. Pagué doce libras. Con esa estampa presa en mi cerebro, recordé el otro lugar de mis vacaciones: Fuerteventura. El mercadillo de Morro Jable es recorrido los jueves por centenares de turistas. Se encuentra en una explanada mitad de asfalto mitad de arena muy cerca y frente al hotel de una cadena conocida. Solo en Puerto Stroessner (en Paraguay) he contemplado tantas falsificaciones juntas, la mayoría pésimas. Pero la cuestión no es esa, ni el precio, la cuestión es probar hasta qué punto puedes engañarte y engañar sin gastar el dinero oportuno por el original. Eso nos une a los que visitamos Londres, New York, Hong Kong, Pekín, Puerto Stroessner, Estambul, Roma, Morro Jable… ¿Qué nos diferencia?

El Special price, el Good price de los chicos negros de Morro Jable no se parece mucho al silencio comprometido de los muchachos de la iglesia de Londres. Ambos comparten el mismo afán, pero unos de un modo, otros de otro. Nada tienen que ver los ingleses protegidos (que acaso alguna vez vuelvan al redil de los justos) con los inmigrantes que pelean en el margen a expensas de que un sujeto como yo visite esos lugares en pos de gangas previsibles y con las que contribuyo a acreditar su paupérrima existencia. Esa es la diferencia: aquí son una compleja escoria cuando allí, en Londres, pueden confirmar la grandeza de su identidad frente a nuestras desmesuras.

Los de Morro Jable se mueven así para sobrevivir, porque mis absurdos caprichos se lo pagan. Eso les queda de su inquietante y peligrosa huida de África: una indecorosa esclavitud entre blancos con los euros que les abonamos por las farfollas que otros más avispados y sin escrúpulos les imponen regatear.

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