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El catolicismo

Hace algún tiempo un obispo de Madrid lo afirmó: cuando los hombres se alejan de Dios, desgracias

Hace algún tiempo un obispo de Madrid lo afirmó: cuando los hombres se alejan de Dios, desgracias. El Dios del obispo de Madrid actúa como el Dios cruel de los judíos, cuando hubo de asentar los principios de su divino proyecto y derrumbó muros de ciudades para que sus fieles pasaran a cuchillo a los que en el interior se resguardaban y no eran como ellos, o remató a los egipcios con sus famosas siete plagas. La Iglesia no sabe de estadísticas, no contempla excepciones; generaliza, aprietos para los pecadores que actúan con reglas democráticas en los parlamentos legítimamente constituidos hasta que cedan. No estaría mal que en la próxima reunión de los mandatarios mundiales hubiera una representación de la iglesia que defiende el obispo de Madrid, o el correspondiente a creyentes como Trump. ¿Para qué inyecciones públicas de dinero, revocación de las economías especulativas, controles del Estado o guerra al liberalismo desenfrenado? Castigo para los que se alejan de Dios y se afanan por la enseñanza de valores no controlados, por derechos civiles que molestan a los creyentes o la defensa de una espiritualidad consecuente. El mundo ha de volver a ser como fue bajo el manto de la gran Iglesia, esa que nos protege incluso de los efectos devastadores del cambio climático.

Ahora nos cargan con semejantes preceptos, atajos que registran la vuelta del revés de los valores conquistados, iglesia militante que usa la desgracia de muchos para imponer su categórico despotismo, u oposición devota que desdice el papel legítimo de un jefe de Gobierno usando una demagogia vil y la disfunción de sus responsabilidades. Lo contó Margarita María Pintos en su columna de hace unos días: la derecha española siempre se ha confabulado con la Iglesia católica sobre/contra asuntos de gran trascendencia civil y legislativa, como el origen y el final de la vida (la eutanasia), los modelos de familia (el divorcio), los derechos sexuales y reproductivos (el aborto), la teoría de género, la violencia contra las mujeres, la enseñanza de la religión confesional en la escuela, la educación para la ciudadanía, la ley de la memoria histórica, la actitud ante la dictadura de Franco, etcétera, etcétera. Aducen que esa defensa es la que confirma la “moral” católica. Luego avisan: quienes asumimos tales derechos nos manifestamos contra ellos. Triste historia, la potestad de creer junto a la impudicia de imponer. De eso informan, como los talibanes, que no quedan lejos.

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