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Antonio Machado

Antonio Machado Carrillo, Biólogo (Madrid, 1953) de Tenerife, profesor de Ecología en la ULL, director del Parque Nacional del Teide, consejero del UICN, presidente de la ECNC, director del Observatorio Ambiental de Granadilla, académico canario de la lengua

Antonio Machado Carrillo, Biólogo (Madrid, 1953) de Tenerife, profesor de Ecología en la ULL, director del Parque Nacional del Teide, consejero del UICN, presidente de la ECNC, director del Observatorio Ambiental de Granadilla, académico canario de la lengua. Su hobby-profesión, coleccionista de escarabajos, especialista mundial en gorgojos, donde ha clasificado más de 100 nuevas especies. En su libro Catorce Días-Reflexiones sobre la Vida, la Muerte y Más cosas, nos ofrece una obra de extraño género, libro de viajes, autobiográfico y científico- antropológico. Está escrito desde Laos, en la época del monzón 2017. Desde el hotel boutique Zen Namkhan, a orillas del río NamKhan, afluente del Mekong. En una de sus 16 provincias, Luang Prabang. En Indochina, rodeado de Vietnam, Camboya, Thailandia, Birmania y China, con 236.000 kilómetros cuadrados y 6,8 millones de habitantes. Evolucionado desde el comunismo, son “budistas theravana”. Hablan el lao de la etnia principal, el francés de la colonia y el inglés de la globalización. Su PIB nacional es algo inferior al de Canarias. El lugar le permitió tomar distancias, cercanía a su afición entomóloga y su razón de ser, el ikagi. Clasifica las escalas de la vida en molecular (nanosegundos), generacional (días- décadas), ecológicas (décadas- siglos) y evolutiva (miles – millones de años). El hombre es un agregado biológico multiespecie. Un ser con ensamblaje de cuatro linajes, poligenómico, simbiogenético. Un humano de 70 kilos, transporta 38 billones de bacterias, tantas como células del cuerpo, de 500 especies, que pesan unos 250 gramos, esenciales en el equilibrio de la vida. Conforma un “sistema complejo adaptativo”, que se mantiene a sí mismo, arrastra sus memorias y vive ordenado, al incorporar energía. La vida surgió en la “sopa primigenia”, de un medio acuoso y reactivo, catalizada en una tormenta eléctrica. Las bacterias son los primeros seres vivos capaces de empaquetar energía dentro de compuestos orgánicos. El sexo fue un gran logro de la evolución, mecanismo de prueba y error. Las mutaciones y las contingencias ligadas al azar mueven la vida. La materia viva acumula información y aumenta diversidad. La evolución no persigue un fin, es ciega. En la complejidad aparece la inteligencia, capaz de mantener información hacia el exterior. El hombre se mueve en la “psicoesfera”, piensa, innova, incrementa conocimiento. El 20% de su energía la consume el cerebro, con el 2% de su peso. Los ancestros humanos tienen 4,5 millones de años, 2,5 millones el género Homo y 100.000 años la evolución cultural. La civilización doméstica los instintos y usa conocimiento y experiencia. La especie humana ya se ha descolgado de la evolución biológica darwiniana. La ciencia debe desarrollarse dentro de la ley. En su oficio entomólogo clasifica a los ecólogos en “fundamentalistas, oníricos y pragmáticos”, entre los que se sitúa. Como en el “cambio climático”, respecto del cual no existe certeza científica, pero aconseja adaptarnos. La solución siempre está en cooperar. Interesante el Principio de Pareto aplicado a los ecosistemas, donde su equilibrio se consigue en asimetría. El 80% del esfuerzo, produce el 20% del logro y viceversa. En su deformación científica se declara ateo y afirma que las cotas más altas de civilización se alcanzarán cuando se supriman las religiones. Parecen más sugerentes las tesis de Noah Hariri, autor de Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el Siglo XXI, donde nos habla de nacionalismo, posverdad, disrupción tecnológica, terrorismo y Dios. La información controlada por una élite, dará lugar a “diferentes especies humanas”. Montar morales sin soporte simbólico solo científico nos conducirá a la distopía de Un Mundo Feliz.

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