la casa blanca

Estados Unidos hasta que la muerte los separe

Y de seguir con el actual ambiente de tensión, será más pronto que tarde
Donald Trump. / EP

Los Estados Unidos de América se preparan para las elecciones de medio término, y salga quien salga vencedor, en la calle habrá más que descontento. Con un presidente decidido a dividir a la nación sin cejar en su empeño de utilizar una retórica dañina que va más allá de su peligrosa alergia a la verdad, los estadounidenses miran con desconfianza al vecino; se arman broncas constantes en los puestos de trabajo, donde directores de recursos humanos están hasta las narices de resolver pleitos políticos en sus empresas; las familias americanas dejan de reunirse para celebrar el tradicional Día de Acción de Gracias, con excusas ridículas para no tener que soportar a la otra mitad del clan a favor o en contra de Trump; y los canales de televisión marean con su vaivén de dimes y diretes en una u otra dirección.

Trump, quien disfruta aparentemente de este clima de desasosiego, sigue haciendo de las suyas con total impunidad. Su obsesión por burlarse de las mujeres continúa, llamando ahora “cara de caballo” a la actriz porno Stormy Daniel, quien anunció al mundo entero cuan diminuto es el presidente en un escándalo de infidelidad que hace palidecer hasta la lividez, al que casi le costó el puesto a Bill Clinton.

La semana pasada, Trump se mofó de la doctora Christine Ford, imitándola en público por su testimonio de violación en la confirmación del juez del Tribunal Supremo Brett Kavanaugh, convirtiéndola en víctima de escarnio, para luego decir en el programa de televisión 60 minutes, de la cadena CBS, que no sentía remordimientos, que lo que importa es que él ganó, y que lo que hizo fue clave para conseguirlo.

El señor Trump está poniendo de moda el machismo y el abuso a la mujer. Inadmisible.

Su desprecio flagrante a las consecuencias sociales de sus actos y su total falta de conciencia quedan claros en sus ataques a la senadora Elizabeth Warren, a la que llama Pocahontas porque ésta ha apelado en el pasado a sus orígenes nativos. Anecdótico este caso, ya que después de públicamente prometer durante uno de sus inflamatorios discursos de campaña, que si la senadora demostraba con una prueba de ADN sus raíces, él mismo -y de su propio bolsillo- pagaría un millón de dólares a cualquier organización sin ánimo de lucro que ella eligiera. Con su habitual desdén por los hechos, a la pregunta de un periodista de qué iba a hacer, Trump negó haber hecho jamás esta promesa pese a haber quedado grabado su farol a cámara para la posteridad.

El aire está tan caldeado que se está convirtiendo en imposible debatir cualquier tema sin llegar a los insultos o incluso a las manos.

Recientemente, se produjeron varios disturbios en Nueva York cuando miembros del grupo Proud Boys (Chicos Orgullosos), una organización machista y antimusulmana y mil cosas más, dieron una paliza a varios manifestantes en la sede republicana. El grupo es conocido por desatar la violencia, y el mismo fin de semana pasado, también apalearon a manifestantes en Portland, Oregon, gritando insultos homofóbicos.

Estos grupos, siempre han existido, igual que el Klu Klux Klan, y otras organizaciones de extrema derecha, pero ahora actúan a sus anchas sabiéndose amparados por los discursos cada vez más provocadores del presidente de los EE.UU. Una tendencia peligrosa que se extiende más allá de las fronteras de Norteamérica.

Como consecuencia, los ataques racistas también se han vuelto más frecuentes. Recuerdo muy bien el día después de las elecciones de 2016, cuando una de mis compañeras de trabajo, salvadoreña, fue casi atropellada por una persona que le gritó que volviera a su tierra porque en Estados Unidos ya no pintaba nada. No se me va a olvidar el dolor, la humillación y la rabia en la cara de Diana, cuando llegó aún temblando al canal de televisión.

Desde entonces, son muchos los casos de discriminación abierta que he escuchado. Las denuncias a la Policía por parte de ciudadanos blancos contra personas negras o latinas, simplemente por existir, cada vez son más abundantes.

Cito algunos casos recientes: una mujer llamó a la Policía en Brooklyn, Nueva York, para denunciar un asalto sexual, porque un niño negro de 9 años la rozó sin querer con la mochila, más tarde y debido a la presión social tuvo que disculparse, ya que el presunto acoso, nunca existió.

Un residente de un complejo de apartamentos en San Luis, Misouri, fue discriminado por una recepcionista blanca que le bloqueó la entrada a su propio piso simplemente por ser negro.

Un babysitter fue perseguido por una mujer blanca cuando este llevaba a dos niños blancos a los que cuida desde hace dos años a un hipermercado Walmart en Georgia. La mujer llamó a la Policía simplemente porque era negro.

Una mujer blanca se aproximó en Colorado a dos mujeres hispanas que hablaban español entre ellas en un supermercado, y tocándole la cara a una de ellas le dijo que hablara en inglés. De no ser por una chica americana que estaba presente y salió a la defensa de las víctimas del abuso llamando a la Policía, esta hubiera continuado con su ataque, que afortunadamente, fue como en los casos anteriores, grabado en vídeo.

Polarizando aún más la situación, Trump sigue en la misma línea de acusar a los periodistas no solo de falsos cada vez que publican algo que no le gusta, sino, además, de incitar a la violencia contra ellos.

PEN America, una organización de escritores que defienden la libertad de expresión, junto con la organización sin ánimo de lucro Protect Democracy y la Yale Law School Media Freedom and Information Clinic, están demandando al presidente, quien si bien tiene derecho a decir lo que quiera protegido por la Constitución, no tiene derecho a tomar represalias contra los periodistas que publican notas desfavorables al más puro estilo dictador.

A raíz de su actitud, son muchos los periodistas que han recibido amenazas de muerte por parte de seguidores fanáticos del Sr. Trump. Como es el caso de un hombre arrestado en agosto por amenazar con matar a los redactores del Boston Globe, utilizando el lenguaje del presidente diciendo que “ los periodistas son los enemigos del pueblo americano”.

La corresponsal de radio de la Casa Blanca April Ryan, Bret Stephens, del New York Times, y Andrew Kaczynzki, de CNN son solo algunos de los profesionales que han recibido amenazas por parte de simpatizantes de Donald Trump en este ambiente de histeria colectiva. Son tiempos complicados para los periodistas, que no solo tienen que lidiar con los peligros inherentes que muchas veces conlleva la profesión, sino además con locos inspirados por políticos de pacotilla.

En este panorama tan tenso y tóxico, los seguidores de Trump, como si de una secta se tratara, han decidido que no merece la pena buscar pareja, sino entre miembros de su coro que les canten su propia canción. También es cierto que son muy pocos dentro de la gran mayoría que no votó por Trump (recordemos que perdió el voto popular) los que están dispuestos a cenar a la luz de las velas con la otra parte de la nación. De hecho, los divorcios se han multiplicado desde que Trump asumiera el cargo.

En una entrevista del canal de televisión conservador de Estados Unidos -la cadena Fox-, la abogada neoyorquina Lois Brenner dijo que en sus 35 años de profesión nunca ha visto a tantas parejas separarse por desacuerdos políticos como ha visto desde que Trump llegó el poder.

Y aquí les va la razón del título de este artículo: fanáticos de Trump han creado una herramienta única que les permite relacionarse con personas que compartan sus sentimientos -nunca mejor dicho-. Existe ahora una nueva aplicación para buscar pareja acorde a su preferencia política. Se llama Donald Daters, bajo el lema Make America Date Again (Date en español es cita). Y no, esto no es una broma. Sin embargo, y así de caprichoso es el destino, en su primer día de lanzamiento, sus primeros 1.600 suscriptores se encontraron con la poco romántica sorpresa de que sus datos personales habían sido filtrados. Con suerte, el problema estará pronto solucionado.

En conclusión, los Estados Unidos están ahora tan Desunidos con una mitad abusando de la otra como si tal cosa, que si bien andan coqueteando con un conflicto civil serio, no les queda de otra que casarse con quien no les lleve la contraria, o esperar – si no cambian las cosas– a que la muerte los separe.

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