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La seguridad de las mujeres

Investigadores de la Universidad de La Laguna han desarrollado una aplicación para teléfono móvil que permite saber a una víctima de violencia machista que su agresor

Investigadores de la Universidad de La Laguna han desarrollado una aplicación para teléfono móvil que permite saber a una víctima de violencia machista que su agresor, que llevará una pulsera, está cerca, y que tiene varias ventajas respecto del actual sistema. Con la aplicación se avisa a la policía y, de manera automática, se pone en marcha un sistema de vídeo en directo de lo que ocurre en torno a la persona que podría ser agredida. También envía mensajes SMS a los contactos que esta persona quiera. Ahora bien, para no depender de tales aplicaciones y moverse con un grado razonable de seguridad, es necesario no olvidar lo que es evidente y de sentido común.

Porque los sitios transitados por mucha gente, con comercios, bares y restaurantes abiertos, son más seguros que los desiertos y solitarios. Y el mismo sitio que es seguro, deja de serlo cuando sus negocios cierran y el público desaparece. Algo de eso ocurre en las calles peatonales, porque la circulación de vehículos es un elemento de seguridad añadido. Y todos sabemos de barrios y barriadas conflictivos y peligrosos. Por supuesto que una mujer puede ser violada o asaltada en el portal de su casa, y, desgraciadamente, ha ocurrido más de una vez, pero las posibilidades aumentan mucho si camina sola por un paraje en donde no hay nadie a la vista y encima es de noche. O se encuentra en compañía de desconocidos o recién conocidos, sobre todo si intervienen el alcohol y las drogas. O hace autostop y entra en el coche o en la vivienda de esos desconocidos o recién conocidos. Hacerlo es una grave imprudencia y una temeridad, aunque, por supuesto también, no haría falta repetir que el culpable siempre es el agresor.

Algunos sectores feministas rechazan los argumentos anteriores y reivindican el derecho de las mujeres a permanecer y transitar por cualquier lugar. Pero, en realidad, ese derecho -constitucional- no es solo de las mujeres, es de todos los ciudadanos sin distinción de sexos, siempre que una sentencia judicial no restrinja nuestros movimientos. No obstante, el problema consiste en que ni la sociedad ni el Estado pueden garantizarnos ese derecho, y somos los ciudadanos los que tenemos que desarrollar nuestras propias estrategias de protección. Una mujer que camina sola a las tres de la mañana por un paraje solitario sin nadie a la vista se arriesga a ser asaltada, violada y asesinada. Pero un varón que hiciera lo mismo se arriesga igualmente, quizás no a ser violado, pero sí a ser asaltado para robarle y también asesinado.

Las mujeres corren riesgos específicos por el hecho de ser mujeres, el principal de todos el riesgo de ser violadas y, si se resisten, el riesgo de ser asesinadas. Y como ni la sociedad ni el Estado les pueden garantizar una protección integral, tienen que hacer lo mismo que hacemos los varones, ser muy prudentes y precavidas en sus desplazamientos. El grave problema es que por muchos años que un violador pase en la cárcel no por ello disminuirá el número de las mujeres violadas y asesinadas.

Es una lucha en la que estamos fracasando como sociedad y en la que estamos unidos todos los ciudadanos demócratas, sin distinción de sexo ni de ideología. Y esa unidad nuestra, junto a leyes y políticas de género adecuadas, tienen que conseguir superar nuestro fracaso.

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