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Cuento breve y oculto

La pasión por las formas breves parece remontarse al origen mismo del género narrativo

La pasión por las formas breves parece remontarse al origen mismo del género narrativo. En los pasajes bíblicos, en las páginas de Las mil y una noches, en todo texto cosmogónico, el espíritu de la fábula se desprende de cualquier cuerpo mayor y constituye en sí mismo una revelación. Si narrar es, en última instancia, la capacidad para dar cuenta de un cambio de estado (Lukács), los grandes fabuladores han sentido la pulsión de llevar el oficio hasta el punto límite de su propia negación: aquél en el que nada parece suceder, aquél en el que se borra el sentido mismo de secuencia y más bien se asoma el sentido de expectación (más propio de la poesía). En ese desafío medular, y dentro del vasto campo que ofrece la narrativa, el cuento breve contiene la tensión muscular necesaria para la propia abolición del hecho narrativo. Emparentado con la poesía por lo que tiene de revelación y alejado de la épica por lo que tiene de anulación, este “pez vivo en la red” (Sánchez Peláez) se nos revela como un subgénero totalizante, absolutamente moderno por su esencia fragmentaria y radicalmente exigente en cuanto a consecución, en cuanto a hechura estética.

Múltiples han sido en los últimos tiempos los acercamientos críticos y las compilaciones antológicas que el subgénero ha propiciado. Una pasada entrega monográfica de la Revista Nacional de Bibliografía dio cuenta del vigor de la especie y del sinnúmero de cultores hispanoamericanos. Porque otra de las tentaciones o reformulaciones críticas es la de hallar minicuentos donde no se pensaba que existían. ¿Creyó Rubén Darío que uno de sus poemas en prosa fuera leído al cabo de los años bajo una luz distinta? ¿Concibió el Huidobro de Altazor que un fragmento de su gran poema (“Los cuatro puntos cardinales son tres: el norte y el sur”) pudiera abstraerse como una perfecta pieza narrativa? ¿Sintió el venezolano Armas Alfonzo que los fragmentos de El Osario de Dios fundamentaban el inicio del subgénero en su país?

La compilación Antología del cuento breve y oculto, de los narradores argentinos Raúl Brasca y Luis Chitarroni, da cuenta no tanto de una selección rigurosa como de un azar subjetivo que ha querido privilegiar el placer de la lectura por encima de cualquier otra consideración. De allí que buscar la esencia narrativa de cualquier pieza, fragmento, poema, ensayo o tratado, se haya convertido en la pulsión orientadora de esta peculiar antología. En síntesis: precisión, limpieza, cálculo, orfebrería. Variables todas del oficio más exigente. Brasca y Chitarroni se deleitan y nos deleitan: su compendio antológico es un ejercicio de libertad, pero también el rastro omnipresente de dos lectores apasionados. Sirva esta pieza final de César Vallejo para reconciliarnos con lo mejor del subgénero, brevedad condensada que traspone la muerte del sentido: “Conozco a un hombre que dormía con sus brazos. Un día se los amputaron y quedó despierto para siempre.”

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