el charco hondo

Instagramers

Conociéndome como me conocen quienes me conocen, la pregunta resulta tan reiterada como, dados los antecedentes, bastante pertinente, ¿y tú qué coño haces metido en Instagram? (curiosidad que rematan con tanto cariño como dosis de ruindad, tú, el alérgico a las redes, si no lo veo no lo creo, flipando me tienes). La cuestión es que, efectivamente, el exceso de veneno que fluye por las venas de las redes sociales siempre me ha mantenido bien lejos en la esfera personal; siguiendo eso sí al milímetro en el ámbito profesional la evolución de esa realidad, de sus posibilidades y de su manantial informativo, pero acampado como suelo hacer en el ángulo muerto, estando sin estar, aprendiendo o haciendo en silencio. Creo en las redes como herramienta imprescindible, pero no negocio con la maldad ajena, no juego esa partida, no me interesa, paso; para quienes hacen daño o ensucian mostrándose u ocultos ni estoy ni me esperen, mi vida la quiero y tengo lejos de ese barrizal. Hasta aquí los antecedentes. ¿Y por qué sí en Instagram? En primer lugar, y también en segundo o tercero, porque Marta se empeñó, mucho, muchísimo. También porque es ahí, en Instagram, donde tengo a mis sobrinos, hermanos o padres -también a mis padres, sí-. Un buen amigo me dijo en esas semanas que Instagram es un oasis, una isla donde el mal rollo no es bien recibido, amén. Y entré, sin interés profesional alguno y con nula creatividad bajo la referencia jaimeperezllombet. He jurado que abandonaré un minuto después del primer zarpazo de malos humores, pero no ha ocurrido. Claro que hay publicidad cubierta o encubierta, y política, y excesos no necesariamente conscientes, y ficción, y postureo, pero estoy descubriendo que Instagram es esa isla-refugio donde, dando la espalda a la mala hierba que florece en otros jardines, un montón de gente buena cuenta, con las fotos como excusa, las cosas buenas que mejoran e iluminan sus días, las alegrías que merecen ser compartidas, esas horas que no quieren quedarse sin ser contadas, esos viajes, reencuentros o satisfacciones que retratan los mejores momentos de cada uno, reiniciándose saludos que quedaron aparcados años atrás o resucitando amistades dormidas, brindando la posibilidad de saludar o ser saludado a golpe de me gusta, porque no es tanto una valoración como un buenos días o buenas tardes, qué tal. Cierto es que exige mostrarse un poco, pero los años cumplidos nos hacen más libres, y cuesta menos zambullirte en algo que, como es el caso, relaja, provoca una sonrisa y sienta bien, que no es poco.

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