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A propósito de Carlos Fuentes

Hace apenas algunos días, el escritor mexicano Carlos Fuentes hubiera cumplido noventa años. Al menos durante la segunda mitad del siglo XX, fue una de las inteligencias literarias más prodigiosas del continente hispanoamericano. Subrayo lo de inteligencia literaria para dar cuenta de un atributo especial: aquél que memoriza nombres, autores, frases, versos, ediciones y todo lo que esté relacionado con el oficio literario. Hablaba, pensaba y opinaba como un escritor, siempre desde la literatura, y abordaba las disciplinas foráneas -filosofía, política, historia– pensando que la literatura era un arte mayor, que todo lo dominaba. Su apuesta por la Cultura (con C mayúscula) como factor englobante o dominante de las sociedades lo llevaba a afirmar sentencias como la siguiente: “El discurso cultural de Hispanoamérica es la fuente genésica en la que los otros discursos de nuestra peculiar Modernidad –llámese el económico, el social o el político– deben abrevar su sed para crear modelos verdaderamente propios y originales.” En este sentido, toda parcela de conocimiento la sumaba al proceso de hechura o de reflexión literaria. Si no, cómo entender esa catedral de reprocesamiento de la Historia llamada Terra Nostra, que se remota hasta Carlos V, o antes, para explicar nuestras condicionantes culturales.

En Valiente Nuevo Mundo, por ejemplo, se da a la tarea de postular a Bernal Díaz del Castillo, el famoso cronista que acompaña a Hernán Cortés en la conquista de México, como el primer novelista del continente: su trato de la alteridad, su sensibilidad frente a la extrañeza –siempre según Fuentes– lo colocaban más cerca del continente americano que del suelo peninsular. Fuentes fue un profundo conocedor de novela hispanoamericana, pero también un defensor. Iba al pasado y se volvía al futuro, admiraba a viejos tutores y reconocía a las nuevas voces. Fue una de las cumbres del boom, pero también uno de sus organizadores: la idea de encargar novelas sobre dictadores, que parcialmente cumplieron García Márquez, Roa Bastos o Vargas Llosa, provino de su pura invención. También el experimento de la revista Libre, con tres ediciones impresas en París, intentó convertir a Francia en el faro de la irradiación hispanoamericana, casi toda alimentada por el exilio de tantos escritores e intelectuales.

A su manera, fue un protector: de amigos, colegas, discípulos y libros. Políticamente fue incorrecto, porque siempre decía lo que pensaba, y más de una vez atinaba. Nos está haciendo falta su visión integral de un todo, su apetito enciclopédico, su memoria prodigiosa, su inteligencia asociativa. El continente era su biblioteca y los escritores su diccionario. En los últimos años afirmaba risueño que la América hispana era, al fin, el continente del futuro, y no le faltaba razón, pues aparte de algunos lunares, los discursos políticos, sociales u económicos sacian su sed en la fuente de la Cultura, escrita nuevamente con C mayúscula.

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