despuÉs del paréntesis

Bertolucci

Más de uno lo llamó genio. Y es verdad que algunas de sus películas merecen estudiarse en el futuro, La estrategia de la araña, El conformista, El último tango en París o Belleza robada, pero es un cineasta pegado al sorprender más que a reivindicar al creador por su obra. Fue hábil. No le vino mal ser utilizado por Hollywood a fin de confundir la destreza europea (eso que dio cineastas sumos como Buñuel, Bergman, Wajda o Polanski) con la espectacularidad. Y dio una película limpia, bien argumentada, con guion cabal y un tono grandioso: El último emperador.

Lo que asentó en la fama a Bernardo Bertolucci fueron dos películas, una marcada por el escándalo, otra por el supuesto izquierdismo del director. La primera es El último tango en París, una cinta excepcional, el mejor trabajo de Bertolucci, una película que se ha de revisar. Cuando casi al final de la dictadura de Franco, España se encontró con ese filme, que se veía en los cines de la frontera entre los países vecinos, descubrimos el tamaño de la impudicia del dictador y los sinsentidos de la censura y de las prohibiciones. Alguien, en virtud de no sabíamos qué don sobrevenido, nos protegía del demonio y de otras tretas solapadas que la iglesia le imponía. Cuando vimos El último tango en París, aparte de la extraordinaria actuación de Marlon Brando, descubrimos el futuro, que es pasión en libertad, es acudir al encuentro corporal ardiente, atrapar lo que un otro (macho, hembra, bello, bella o normal) te puede dar y tú aceptas hasta la extenuación que te lo dé. En El último tango en París, Paul (Marlon Brando) y Jeanne (Maria Schneider) llevan hasta el extremo su compromiso vital, su responsabilidad, su encomiable capacidad de decir sí a eso que Schopenhauer llamó voluntad aunque te cueste la vida. Ciertamente es extrema, es radical; la radicalidad de un director valiente que luego se evaporó.

La segunda es Novecento, una de las piezas más infames de la segunda mitad de los años setenta. Es la película por la que más se aclamó a Bertolucci. Con el Partido Comunista Italiano de fondo, el director se da a la estima por señalar una supuesta vitalidad de la izquierda que en esa época se demandaba. Y lo que dio a ver es una historia sectaria, desenfocada, parcial, rudimentaria y en la que la exclusividad es más hiriente que el fundamentalismo. Eso ocurrió. No siempre Bertolucci distinguió arte con privilegio. Alguna vez lo logró (como el hidalgo logró ser Quijote), muchas veces no.

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