despuÉs del paréntesis

La salud de los enfermos

Era viuda. Su marido había muerto joven por cirrosis, a causa de su pavorosa adicción al alcohol. Su hijo estudió en Madrid y allí reside. Sus padres, la madera con que se agarraba al mundo, habían fallecido hacía poco menos de un año, uno muy cerca del otro. Su relación con la existencia se reducía a una soledad decorosa, al contacto permanente con su engendro, a los libros que la acompañaban, a su trabajo de investigación literaria, a sus clases y a sus alumnos. Que no es poco, se dirá. Y es cierto. Borges lo dijo: “Tuvo una sola virtud, hay quien no tiene ninguna”. Sin embargo, en estos casos es fácil desplegar el mundo de quien conoces y ya se ha ido y las preguntas dan vueltas a tu alrededor; mejor dicho, siempre la misma pregunta. Mi amiga había fraguado su porvenir por los ritos y convenciones de la clase pudiente de Santa Cruz. Su padre tenía mucho dinero, su madre también, además eran dos personas muy respetadas y muy consideradas. Eso fraguó el tesón. No eligió del todo a su pareja; se la eligieron a ella por la utilidad patricia y como se había criado así y así había destacado los favores, aceptó. Fue un desastre. Primero porque él, en lo sexual, no se aclaraba del todo y segundo porque su lugar en la medicina no era suficiente para tapar su doblez y la frustración. Un grave error que no quiso o no supo resolver. Es decir, te preguntas: ¿cómo se argumenta la felicidad?, porque existe. Y la primera exigencia a la que te acoges es a la libertad. Después a la responsabilidad y al no jugar con arquetipos porque los arquetipos derrumban. Pero la oías hablar y descubrías el tesón de los humanos por resolver o encauzar o disfrazar las trampas de la existencia, ese poder que tenemos los humanos para mirar para otro lado cuando la desazón te reta con malos ojos. Iba a transformar la espléndida casa de la costa de La Matanza en la que vivieron alguna vez sus progenitores o su soltería ocuparía en verdad (como ocupaba) un lugar secundario por los proyectos artísticos de su hijo. Nunca dentro de ti la mirada; por lo general a la calle. Fue una clamorosa sorpresa. En una visita al hospital por un trastorno rutinario lo descubrieron: un cáncer de páncreas con metástasis en el hígado. Tres meses después, su hijo la custodiaba al lado de la cama en el hospital. Se desplegó con cientos de palabras ante su descendencia consciente del final. A las pocas horas de morir lo dijo: “Saca tiempo en verano; nos iremos juntos a Lisboa”. La ciudad blanca que ella adoró.

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