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Sobre ‘El Nacional’

En días recientes, el periódico El Nacional, decano de la prensa venezolana con más de 75 años de existencia, ha anunciado que ya no podrá mantener su edición impresa, sino solamente la digital. Para los conocedores del caso, era una noticia cantada, pues su lucha para conseguir papel, que en Venezuela sólo provee una institución del Estado, llegó a ser titánica. Esto sin contar las demandas fiscales, las multas, las prohibiciones de salida del país a sus directivos, las persecuciones a sus periodistas y un largo etcétera de bochorno y abuso oficiales. Este ha sido el castigo, casi permanente, por ejercer un periodismo independiente y una línea editorial crítica. A diferencia de todas las empresas comunicacionales del país, que han terminado cerrando o poniéndose en manos de dueños fantasmales, casi todos cercanos a la camarilla gobernante, El Nacional prefirió su ruina económica que claudicar ante los mandantes. En esta nueva etapa, se queda con su portal electrónico, que recibe unas trecientas mil visitas diarias, muchas de ellas hechas desde el exterior, donde ahora residen los venezolanos de la diáspora que siguen hallando en este medio información confiable.

A la luz de esta noticia, mi padre me recordaba que el 3 de agosto de 1943 compró la primera edición de El Nacional: “Tenía un titular sobre el estallido de una bomba H”, que es como se conocía en esos tiempos a la bomba de hidrógeno. Y agregaba con sus 88 años a cuestas: “Se me va a hacer difícil no encontrarlo en mi puesto de siempre”. De pronto sentí que un hábito de seis décadas se esfumaba. Años después, mi padre redobló su fidelidad cuando supo que su hijo comenzaba a publicar algunos textos en su suplemento cultural, llamado Papel Literario, sin duda el más importante de su tiempo. Luego entre 2002 y 2017 esas colaboraciones se hicieron permanentes, con una columna de opinión que se publicaba cada dos jueves. Mi padre, sin duda, ha sido mi mejor lector, y durante todos esos años recibía más comentarios que los que yo obtenía. También mi madre tuvo un álbum donde pegaba los artículos después de recortarlos. Más de una vez he tenido que recurrir a esas páginas vetustas para rescatar algún escrito extraviado.

El Nacional lo fundaron dos intelectuales: el novelista Miguel Otero Silva y el poeta Antonio Arráiz. Quizás de allí la veta humanística que siempre tuvo, las largas secciones culturales y su distinguida sección de opinión, por la que pasaron desde José Bergamín y Alejo Carpentier hasta Ángel Rosenblat y Salvador Garmendia. Un periódico de pensadores para pensadores, pero sobre todo un periódico de grandes periodistas, reporteros y fotógrafos. Su línea de periodismo de investigación llegó a ser temible y su página editorial una radiografía precisa de la situación del país. Todo esto y más es lo que han destruido los jerarcas que hoy hunden al país.

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