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Un mundo sin humanidades

Este pareciera ser el designio de estos tiempos: reducir las humanidades a su mínima expresión

Este pareciera ser el designio de estos tiempos: reducir las humanidades a su mínima expresión. Lo vemos en la educación primaria, pero también, tristemente, en la universitaria, donde cada vez hay menos carreras, menos materias y menos profesores. Este reino de Narciso, en el que cada quien quiere ver o dejarse ver, se nos antoja de una ruindad espiritual como pocas veces hemos visto en el pasado. Todo es materia o material, todo es el culto a la posesión o el dinero, todo es poseer y no trascender. ¿Acaso venimos a este mundo sólo para atesorar bienes, lucir atuendos, acumular juguetes de todos los tamaños? Porque la vida es también ruina, fatalidad, accidente, pobreza, enfermedad, dolor. ¿Entonces qué hacer cuando los juguetes no nos ayudan? ¿O de qué disponer cuando la enfermedad nos condena? Esta vida que es una fuga hacia adelante, que sólo responde a la posesión, que se debate por el poder, quizás sirva para los inmediatismos, pero nos deja del todo inmunes cuando se trate de encarar los desafíos esenciales de la existencia, como la muerte, la soledad, la pérdida, la finitud.

Alguien creerá que, con la ausencia de las humanidades, salimos de una rémora, pero mi impresión es que más bien nos hundimos en la nadería, sin claves ni parámetros. Pasamos por la vida sin que la vida pase por nosotros, como seres inanimados o autómatas. Abundan los casos en los que ante un quiebre -la pérdida de un ser amado, por ejemplo-, las personas despiertan, pero si no fuese por los accidentes seguiríamos en la inconsciencia, respondiendo a nuestros instintos más primarios. Vivir en la superficie, sin aspavientos, es la consigna, lo que nos convierte en seres temerosos, por no decir cobardes: huimos de todo lo que sea honduras. Hasta tiempos no muy lejanos, la filosofía, la poesía, la historia, moldeaban los caracteres y aguzaban los sentidos: el lenguaje era más que una herramienta de comunicación, las imágenes valían por sí solas, los modos de vida resultaban aleccionadores. Pero ahora la publicidad y el consumo parecen envolverlo todo, definirlo todo, y de ese infiernillo no salimos, viviendo en una especie de síncopa que nos lleva de la acción a la reacción, como insomnes.
El ocultamiento de las humanidades refleja una decadencia, pues nos aleja del pensamiento, de la reflexión, de la crítica, del cuestionamiento, facultades todas que nos definen como humanos. Vivir debería ser un acto de profundización, de excursión arqueológica hasta el centro de nosotros mismos, de indagación permanente. Crecer y crisis son términos que no están lejos etimológicamente, lo que nos lleva a la conclusión de que no hay crecimiento sin crítica. No sentir como propios estos desafíos equivale a vivir como borregos, que es a lo que estos tiempos de modas y tendencias nos invitan.

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