el charco hondo

A Padrón

Era duro, pero también blando, si el nadador tenía un mal día, por desgana o agotamiento, él no perdonaba una serie, ni un largo, pero los caminaba contigo bordeando la piscina...

Era duro, pero también blando, si el nadador tenía un mal día, por desgana o agotamiento, él no perdonaba una serie, ni un largo, pero los caminaba contigo bordeando la piscina, acompañándote desde fuera, diciéndote sin tener que verbalizarlo que él estaba ahí, arropando, y él, así contado por su hija, Fátima, era Padrón, y Padrón fue mi entrenador, nuestro entrenador, al que jamás llamábamos desde el agua por su nombre, Juan, sino por su apellido, Padrón, a veces exigente, sí, y justo, respetuoso, protector, a veces cascarrabias, digámoslo, pero solo buenos recuerdos, me refiero a quienes vivíamos en el agua, así era, fue así, muchos lo vivieron conmigo, y yo con ellos, saben de lo que hablo, quienes no estuvieron allí creerán que no, pero así fue, vivíamos en el agua, sumergidos en un mundo de cloro, corcheras, tablas y gafas empañadas, ahí debajo, en la piscina, sumando cada vez más largos, incrementando horas, añadiendo kilómetros, yendo y viendo por las ocho calles, aprendiendo con apenas once, doce, trece y catorce años a gestionar la presión que conlleva jugártela en poco más de un minuto, fue allí, en la piscina, donde a esas edades, tempranas, todavía niños, la natación nos enseñó que meses de esfuerzo pueden zarandearte del cielo al suelo por apenas unas décimas, la piscina fue, y es, una escuela de agua, y Padrón fue durante cinco años mi entrenador, nuestro entrenador, el entrenador de muchos niños que sin darnos cuenta hemos cumplido cincuenta, me vienen nombres a la cabeza, y solo ellos o quienes entrenaban en otras piscinas saben de lo que hablo, la natación no se deja explicar fácilmente si no se ha vivido, no es sencillo describir lo duro que era a veces salir del cole camino de la piscina, y de como aquellos largos, aquel frío, aquellas tardes, y a veces también a mediodía, construyeron nuestro carácter, y ayer, de causalidad, casi sin querer, me contaron que él murió a finales de diciembre, y él era Padrón, mi entrenador, nuestro entrenador, Padrón, duro pero justo, con la inteligencia emocional que hacía falta para conseguir, como él lo hacía, que jamas tiráramos la toalla o nos rajásemos, Padrón, un entrenador de los que animan a creer en el deporte, un líder sin pretenderlo, un profesor sin quererlo, capaz de reconvertir una disciplina tan exigente como la natación en un juego, Padrón, nuestro entrenador, mi entrenador, sus zapatos caminando por el borde de la piscina, haciendo largos, dejándose ver para que no te sintieras solo en mitad de aquel océano de esfuerzo, amistades y aprendizaje.

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