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La opinión de Valls

Valls propone un gran acuerdo entre PSOE, PP y Ciudadanos para aislar a los populismos. Esto es lo mismo que planteaba Felipe González en diciembre de 2015 y a lo que Pedro Sánchez se opuso con su política del No es No, que tan buenos resultados le dio para afianzarse en la secretaría general de su partido. Podría traducirse esta propuesta como la sustitución del debate entre izquierdas y derechas, al que se le sigue otorgando una importante presencia en las encuestas, por la división constitucionalistas- anticonstitucionalistas, europeístas-antieuropeístas, o demócratas-populistas. En realidad, el eje izquierdas-derechas no está representado, stricto sensu, por la actual mayoría que apoya al Gobierno del señor Sánchez. Sería muy arriesgado atribuirle esa posición a los partidarios de Puigdemont o el señor Torras, herederos del pujolismo de la antigua Convergencia.

La historia nos tiene acostumbrados a presenciar grandes diatribas que impregnan a toda una época, contagiando al conjunto de la sociedad en una discusión sobre las preferencias ante un hecho que divide tajantemente a la opinión. Me recuerda al debate que estuvo presente en la Francia de principios del siglo XX provocado por el caso Dreyfus, donde no solo apareció el protagonismo influyente de Emile Zola, sino que, en la gran novela de Marcel Proust À la recherche du temps perdu, sobrevuela en las conversaciones de los salones y hasta es motivo de conversación para el mayordomo de la familia Guermantes. Siempre hallaremos un caso para determinarnos que terminará influyendo en las soluciones políticas, a pesar de que la política, al fin y al cabo, seguirá siendo la misma.

Estas declaraciones de Valls son un salvavidas lanzado a las fuerzas políticas que tratan de resolver el conflicto que supone para el centro derecha español pactar con Vox y así poder acceder al Gobierno de la Junta de Andalucía. Es una escaramuza más para salvar la cara en una foto que a nadie le gusta y en la que todos pretenden tapar sus vergüenzas de la mejor manera posible. Admitiendo que forma parte de la escenificación necesaria para salir del atolladero, el debate no deja de tener su interés. Es cierto que Europa está amenazada por la aparición de populismos radicales. Se podría decir que buena parte del mundo occidental se encuentra sometida a este riesgo. No estaría mal procurar aislar a ese virus que intenta corroer a nuestras instituciones democráticas, pero las dificultades locales provocan que no todos coincidan a la hora de aplicar cordones sanitarios. Para algunos sigue primando el eje izquierdas-derechas sobre el de democracia-populismo. Es una forma bastante obsoleta de contemplar la realidad en que vivimos, donde lo ideológico es algo residual a la hora de medir el progreso de las sociedades avanzadas. A mí personalmente me gustaría que la propuesta del señor Valls tuviera alguna posibilidad de convertirse en realidad, pero me temo que va a ser imposible, que solo consiste en una escaramuza para mantener la plataforma de su candidatura en Barcelona, posibilitar la investidura del cambio en Andalucía y dejar tranquilos a los correligionarios europeos con los que Ciudadanos comparte su posición ideológica. Es una lástima, pero es así.

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