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Las ‘nomenklaturas’

Con este nombre recordamos a las élites de la extinta Unión Soviética, conformadas por los responsables del Partido Comunista, encargados del control de la burocracia estatal. Estas élites dentro de las élites eran quienes efectuaban los nombramientos y revocaciones de cargos. Mecánica de clientelismo reforzado, donde la lealtad política al patrón era el mecanismo de ascenso, obediencia frente a mérito. La nomenklatura es la que toma las decisiones por encima del control de las instituciones, que formalmente tienen asignada la función. Es la verdadera clase dirigente, que acabó conformando la clase privilegiada, con grandes beneficios asociados. Lo contrario que pensó construir el ingenuo marxismo, al proponer llevarnos a la sociedad sin clases.

La transformación de la sociedad soviética, bajo la apariencia de una democracia occidental, no ha cambiado el modelo de fondo. Como señala el siciliano Lampedusa en El Gatopardo: “Hay que cambiarlo todo para que nada cambie”. La nueva sociedad vuelve a reproducir el juego de las nomenclaturas, las élites de entonces, que se sostienen por encima de las instituciones. Al igual que en la época de los zares.

Sirve el modelo para evaluar el comportamiento de los partidos en el entorno occidental y en concreto en el español. Las élites de los partidos conforman las nuevas nomenklaturas, con una mecánica análoga a la descrita para el caso soviético. Los partidos españoles han ido derivando hacia estructuras no democráticas, donde el líder reparte el juego y asegura, con mecanismos de obediencia, la asignación de los cargos desde arriba. Se profesionaliza la vida pública, donde no se depende del votante, sino del partido que te coloca.

El sistema electoral, su fórmula de financiación, los mandatos ilimitados, los desencajes internos cambiando estatuto de partido por apelación a las bases y no a la ley. El carácter funcionarial de los políticos, la mayoría lo son, con puertas correderas entre ambas ocupaciones. De manera que nunca se dejan heridos. El partido coloca a los suyos, a condición de mantener lealtad y silencio. Inducen por ello la actual desconfianza de las sociedades civiles hacia sus sociedades políticas y el descrédito de los partidos ajenos a la realidad. Señala Michel Houellebecq en su último libro, Serotonina, en la tradición maldita de los franceses, que “las élites odian al pueblo y viceversa”.

Las nomenklaturas se han situado en sus reductos. Los problemas complejos de la realidad no se abordan, se dan por imposibles, negando al tiempo su asunción por la sociedad civil. El pluralismo democrático de la igualdad y seguridad, se sustituye por un multiculturalismo sostenido en derechos segmentados, construidos por apelación a sentimientos de grupo.

En Andalucía, luego de 40 años de nomenklatura, hemos visto entre muchos, el fenómeno de los ERE, la deriva de los sindicatos clientelares, o la curiosa gestión del Instituto Andaluz de la Mujer, que, con 43 meuros de presupuesto, destina el 3% a las víctimas. Como en el marco nacional, consolidando derechos de nacionalismos, feminismos, pensionistas, funcionarios, sanidad, escuela, inmigración, animalismos, etc. Ajenos a la igualdad constitucional, al equilibrio y a la eficacia social. Responder subiendo impuestos no es creíble.

Como en la Argentina de Macri, otra vez en crisis. Con el estado dirigido por la nomenklatura heredada del peronismo. Donde fracasa la práctica del gradualismo, que no asume las reformas estructurales, ni fomenta la iniciativa de su sociedad emprendedora. Acabar con las nomenklaturas que tenemos cerca. Hacer democracia.

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