el charco hondo

Los balcones sin banderas

La gente se percibe menos representada, lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores, y el resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Así de bien lo resume Noam Chomsky, recién cumplidos sus noventa años, y en plena mudanza ahora que ha dejado el MIT. Ya no se confía ni en los mismos hechos, hay quien lo describe hablando de populismo, advierte, pero en realidad es descrédito de las instituciones. Si no confías en nadie por qué vas a confiar en los hechos, apunta. A su juicio, los medios de comunicación han caído en la estrategia que ha diseñado Donald Trump, alimentándolos con alicientes o mentiras que, como está ocurriendo en nuestro país con Vox, garantizan monopolizar el foco de la atención pública. La extrema derecha española, ya convalidada por las urgencias de Casado, ha logrado protagonizar la película que está en cartel, y lo ha hecho sin tener un solo diputado en las Cortes, le ha bastado con esos alicientes, mentiras y provocaciones que tan buenos resultados están dando en otros países. La España de los balcones. La España que madruga. Imágenes urbanas, e ideológicas, que ayudan a distraer la atención, alejándola de la España cierta, que no es otra que la realidad de empleos cada vez más precarios, servicios sociales desbordados, recursos públicos mal gestionados y partidos discretamente interesados en que se hable de cualquier cosa menos de lo que debe hablarse. Vox es una mala noticia que viene bien a unos cuantos que no pueden confesarlo. Así se entiende que se esté convalidando con tanta generosidad política e informativa a quienes, regando con aguas fecales en los jardines del miedo y el enfado, endilgan a los inmigrantes la paternidad de desajustes que no han provocado, o flirtean con culpar a las mujeres del resto de los males cuando ridiculizan los avances de género (para acto seguido relegarlas, claro). La apelación a la España de los balcones esconde el mensaje de que quienes no colgamos banderas no somos suficientemente españoles, o buenos ciudadanos. Quienes lanzan esos mensajes reivindicando la unidad patria lo que hacen es justo lo contrario, dividen, enfrentan. Muchos no colgamos banderas. Ni las colgaremos. No las necesitamos para recordar qué país somos y, sobre todo, qué país queremos y a qué sociedad aspiramos, a esa que no caiga en la trampa de los alicientes que predican algunas derechas, que merezca volver a confiar en los hechos, que hable de la realidad que cada día pasa caminando por debajo de esos balcones.

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