Todo el alegato de Oriol Junqueras, transmitido en directo por quien quiera, se resume en declararse preso político. Preso político por dar un golpe de Estado. Los otros ya empiezan a desmarcarse del hombre de la mirada rara y a buscar excusas a sus actuaciones. Harían bien en comportarse así, creo yo. Junqueras ha volcado su caradura y su verborrea en la esperanza de que Europa le escuche y Estrasburgo lo absuelva. Que no tenga demasiadas esperanzas, aunque de Europa me espero yo cualquier cosa. Ahí tienen las resoluciones sobre Puigdemont de tribunales menores de Alemania y Bélgica, el pasotismo judicial de Suiza con los huidos y la extravagancia escocesa con esa fugada. El Supremo español no ha podido ser más amable con los procesados y no digamos la justicia catalana -o la injusticia catalana-, que los ha mantenido hasta hace unos días en cárceles de lujo. Este juicio, en esto sí estoy de acuerdo, es un show. Y si es un show, a menos que se produzca un agravio comparativo, abre la espita para que todos los juicios del futuro puedan ser transmitidos por televisión. Estamos ya como en Estados Unidos, cuando detuvieron a O.J. Simpson y la persecución policial fue transmitida por las cadenas de televisión, como si se tratara de una cacería al hombre, por autopista. La televisión se ha comido nuestras vidas y ha propiciado que Oriol Junqueras intente hacer creer a Europa que ha sido procesado por independentista. No, por independentista, no, por golpista y por rebelde, porque lo de Cataluña fue un golpe de Estado en toda regla, diga lo que diga el Supremo y diga lo que diga después Estrasburgo. Nuestro sistema judicial es, acaso, el más garantista de Europa y su exquisito respeto a las leyes está más que demostrado. Lo demás es matraca catalana.