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Más sueños

No sé lo que me pasa pero mis sueños de ahora son de una realidad extraordinaria. Acuden a ellos detalles de mi vida que yo he ido olvidando, porque uno olvida -cuando quiere- lo que no le interesa recordar. Lo cierto es que aparecen en ellos recuerdos escondidos en lo más profundo del cerebro, que supongo será donde se almacena todo lo que ha ocurrido en la vida de uno. Dicen que el cerebro tiene una apariencia horrible y al tacto es como una cosa gelatinosa y desagradable. Yo nunca he tocado uno, la verdad, y el mío está escondido entre varias capas. Tienen mucho que ver esas pesadillas o con una película de guerra que veo de madrugada, con la llamada ardiente de alguna amiga o con la visión de un álbum de fotos de tiempos remotos. Todo influye. Pero lo cierto es que estoy soñando más que nunca, o al menos recordando los sueños, que uno suele olvidar por la mañana. Los de las noches pasadas van desde los días de vino y rosas de mi juventud a una guerra urbana y cruel en la que me veo obligado a disparar para salvar el pellejo, escondido entre los rincones de unas calles de salida incierta. Si tuviera ganas de escribir un cuento, que no las tengo, dispondría de material suficiente para echar a volar la imaginación y construir un relato de amor y de guerra. Ahora estoy con el horario completamente cambiado y en honor a Venezuela y a Trino Garriga me estoy metiendo, de madrugada, unos lingotazos de Buchanans de 18 años con agua de coco -que compro en Mercadona-. A lo mejor estoy es cargado y no soñando y todo lo que me viene al puto cerebro es fruto del pedo, pero tampoco lo creo. En todo caso, qué bueno es el whisky para regular los sueños.

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