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Soluciones políticas

Con las soluciones hacemos que un problema, duda o dificultad, dejen de existir. Hay quien clasifica las soluciones en tres categorías, que estratégicamente sitúan su gestión. Problemas a resolver, que exigen atención. Problemas que el tiempo resuelve y problemas que ni el tiempo resuelve. Los tiempos de cambio nos debieran llevar a tener que ejercitarnos en la primera categoría. Contra la posición del anterior Gobierno de España, recostado en la máxima arriolana de que “no hay que hacer nada, porque el tiempo lo arregla todo”, ejemplo de nuestro segundo modo de gestión.

Complejo es acertar en tiempos actuales, donde aparece la dificultad de identificar nuevos actos, en una sociedad de cambio de valores que impiden medir sus efectos. En su obra póstuma Maldad líquida, Zygmunt Bauman, descubre el término adiaforía, como la pérdida de sensibilidad moral contemporánea, aviso ante los riesgos que padece una sociedad hoy de consumidores, más que de ciudadanos. Sociedades líquidas e infelices, que precisan de un sistemático estímulo consumista.

Esta complejidad ha venido a trasladarse al propio lenguaje que se reinventa, no sólo con la adiaforía, sino en la aporofobia, el postureo, la posverdad, la resiliencia y reciprocidad, que describen fenómenos de la Europa globalizada incapaz de asumir el terrorismo, las nuevas patologías sociales, la contradictoria austeridad, el feminismo, los nacionalismos, el retorno al pasado. Una Europa polarizada hacia populismos de derecha e izquierda, que ya juntos gobiernan en Italia y han sido capaces de integrar la identidad nacional de los primeros con la igualdad y justicia social que abanderan las izquierdas. La inexistencia en Europa de partidos o líderes con capital político propio para liderar los caminos de salida nos conduce hacia los populismos, generando nuevos partidos que, siendo cada vez menores, ofrecen dificultades para acordar entre ellos. Nos conducen a situaciones de bloqueo y nos llevan al campo de los problemas que el tiempo resuelve.

Paradigmático el caso Brexit, donde al no aceptarse la libertad de establecimiento, se excluyen del club europeo. Hoy no ofrece otra salida que el tiempo, donde Europa puede indefinidamente alargar los plazos, hasta resituar el conflicto. El mismo juego que ofrece Europa de la mano de Sánchez en el drama venezolano, donde derecha e izquierda se bloquean y le dan tiempo al conflicto, a riesgo de crear otro mayor. Buenismo que hasta el Papa asume en una supuesta neutralidad, en un país institucionalmente golpista, que mata a 27.000 cristianos al año y expulsa al 20% de su población.

Las políticas de suma cero, ejercidas con renuncia de competencias y contrarias al marco legal, degradan la democracia y abren el camino de los populismos. Se desplaza el problema hacia escalones inferiores, como podemos ver en la gestión del Presupuesto nacional, confiado a sus enemigos. Los nuevos fenómenos de movilidad con el taxi y los VTC, encajados en la Bolkestein y traspuestos por la ley española de Liberalización de Servicios del 2007 y reforzados en la ley de Unidad de Mercado del 2013, que se rebotan en cascada desde el Gobierno central en autonomías y ayuntamientos y se confían al tiempo. Como en la globalización del turismo, expresada en las viviendas vacacionales, donde contra la Bolkestein y leyes referidas, anula el Supremo en doble sentencia el decreto canario y se revuelve la autonomía, desplazándolo y enredándolo en cabildos y ayuntamientos. Alguno de estos conflictos igual pasarán a la categoría de problemas que ni el tiempo resuelve, ya que la política renuncia a dar soluciones y a cumplir la ley. En la crisis de Europa estamos.

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