el charco hondo

500 años después

La corteza terrestre se divide en dos zonas bien diferenciadas, la continental, con un espesor y una estructura más compleja, formada por una capa delgada de rocas sedimentarias, y la oceánica, algo más joven. Los países están sobre la corteza. España también. Es ahí, pisando arcillas, areniscas y calizas, donde los contribuyentes españoles despiertan a diario a uno de los países con mayores desigualdades de Europa, a un mercado laboral invadido de empleos precarios, a la impotencia de las administraciones ante la dependencia, la vivienda o las urgencias más sociales, a un modelo educativo que hace aguas, a una sanidad pública desbordada, a unas pensiones con fecha de caducidad, a una clase media en concurso de acreedores, a la multiplicación de las brechas sociales, a una Constitución que pide a gritos una reforma que no se ha hecho ni hará, a una indefinición de las prioridades, a un país que no sabe hablar otros idiomas, a la ausencia de compromiso con el cambio climático, con el futuro. Debajo de la corteza está el manto, que se extiende desde su base hasta el núcleo externo, una capa, el manto, por la que asciende el calor, incluso hasta la superficie, formando volcanes. Si seguimos viajando al centro de la Tierra llegamos al núcleo. Ahí, en el núcleo, se genera un campo magnético con unas temperaturas que rondan los 5.000-6.000 grados centígrados. Y es ahí, en lo más profundo, en el núcleo, donde los líderes más flojos que recuerde este país han pasado los últimos tres días hablando de Hernán Cortés, setenta y dos horas que Pablo Casado ha rematado asumiendo el compromiso de celebrar el año que viene por todo lo alto el quinto centenario de la llegada de Cortés a México. Ahí abajo, a miles de kilómetros de profundidad, esos líderes han rebajado la política a la condición de patio de colegio, elevando a la categoría de discurso contar que la madre que lo parió está cuidando a los hijos (Iglesias), ese prescindible por innecesario recordatorio (todos) de que somos españoles -como si no lo supiéramos de sobra-, esa memez de que está más preparado para ser presidente desde que cambia pañales (Iglesias, otra vez) y así un triste etcétera que serpentea a 5.000-6.000 grados centígrados, temperatura adecuada para unos políticos capaces de dedicar estos días más titulares a Cortés que a quienes, sobre la corteza, despiertan cada día a un catálogo de urgencias sin resolver.

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