el charco hondo

Nos quieren enfadados

Hay quien sostiene que, además de ahuyentar a familiares, amigos, parejas y compañeros de trabajo, el mal humor empeora el estado de salud. Al parecer, las emociones negativas castigan al cerebro. El mal genio es un pésimo compañero de viaje. El mal humor no construye, destruye. Tampoco suma, resta. Saben los partidos que cebar malos humores perjudica la salud, como el tabaco, el sendentarismo o el exceso de alcohol; pero, les da igual. Las campañas electorales en curso están cocinándolas elevando al mal humor a la condición de munición prácticamente única: elemento dinamizador mayúsculo que ayude a disimular propuestas e ideas minúsculas. La campaña avanza con los peores líderes que haya tenido este país (y con equipos igualmente pobres) regando a diario emociones negativas que logren movilizar a quienes no pueden, saben o quieren reclutar con propuestas que hagan sonreír. La ilusión de parar los pies al otro -ponernos como tarea hacer que pierdan los otros- tiene mucho que ver con el intestino, y bastante poco con la ilusión. Vota para que no sigan estos. Vota para que no lleguen los otros. Vota contra algo. Vota contra alguien. Vota enfadado. Vota mal humor. El desprecio como hilo conductor. El insulto como relato. La bronca como ideología. La política rebajada a la condición de tuit. El pensamiento sustituido por la furia. El mal humor de los partidos, y de sus portavoces, dibuja un clarísimo síntoma de incapacidad, de mediocridad. David Trueba lo retrata con maestría en Dejarte ciego. Escribe Trueba que la política actual parece empeñada en lograr que se odien los hombres con las mujeres, los de aquí con los de allá, los taurinos con los que tienen perro y los que van al gimnasio con los que escuchan a Bach. Bicicleta contra coche. Tú contra mí. Peatón contra patinete. Así es. Nos quieren enfadados. Nos echan a pelear los líderes que este verano sellarán pactos -se abrazarán- con aquellos que ahora desprecian, insultan u ofenden para mantenernos suficientemente cabreados, para que nos sintamos incompatibles con quienes piensan de otra manera, para que vayamos a votar contra el vecino del tercero, y no, como debería ser, para participar de una mayoría que abra las puertas a un modelo de sociedad razonable. Nos quieren enfadados. No lo permitamos. No dejemos de saludar con una sonrisa a quienes piensan distinto, votan diferente o no votan. Movilicémonos en defensa del buen humor.

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