tribuna

Reflexiones en el Día Mundial Forestal

El conocido cambio climático puede contribuir a propiciar una extinción masiva en el planeta Tierra. Partimos de la base de que la extinción es un suceso normal en la historia de la vida, de tiempo en tiempo, las especies se enfrentan a la pérdida de su hábitat o a la introducción de un nuevo predador o pierden capacidad competitiva en la obtención de alimentos o recursos. Pero las extinciones masivas o grandes mortandades son catástrofes mundiales que eliminan de una vez decenas de miles de especies al destruir ecosistemas completos.

Todavía no se han entendido bien las causas de los cambios mundiales climáticos y de hábitat desencadenantes de estas extinciones masivas, aunque la opinión actual propone la hipótesis de la colisión de grandes meteoritos o asteroides contra la Tierra, al menos en la devastación a finales del Cretácico, que tuvo lugar hace unos 65,5 millones de años y tuvo una duración de unos dos millones de años antes del tiempo presente.

En la actualidad el planeta está sufriendo en su más amplio sentido, según Richard Milner, una “muerte masiva provocada por el asteroide humano: el cataclismo de la acción del ser humano sobre la biosfera”. Algunos añaden al hecho la tremenda y acelerada transformación que está sufriendo simultáneamente la geosfera en el inicio de ese espacio de tiempo planetario reciente que ya se conoce con el nombre de Antropoceno. Miles de especies han desaparecido y muchas de ellas estarán a punto de hacerlo el día de hoy cuando estas reflexiones lleguen a la luz pública. Lo lamentable es que al no ser identificadas y dadas a conocer hemos contribuido a despreciar posibles recursos humanos, quizás benefactores para la humanidad sufriente, perdidos infructuosamente por desidia, maldad o inconsciencia.

Estamos en plena efervescencia de oír y leer todo tipo de comentarios, a veces incluso por altas personalidades de la política, sobre el cambio climático. Algunos de modo negativo, muchos de forma ignorante o frívola, lo cierto es que la gran mayoría del mundo científico no para de alertar sobre lo que nos espera en poco tiempo. Hace algunas fechas leí en el periódico El País el siguiente comentario del que es autor el periodista Manuel Planelles: “En octubre de 2018 los expertos de Naciones Unidas urgen a los gobiernos mundiales tomar medidas drásticas contra el cambio climático, dado que de continuar con esta morosidad es probable alcanzar un aumento de 1,5º Celsius entre 2030 y 2052 en la temperatura media del planeta si el mundo sigue el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero.”

Si esta predicción se cumpliera, supondría entrar en riesgo de incumplir el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París adoptado el 12 de diciembre de 2015 por los representantes de 195 países asistentes a la celebración en la capital de Francia de la primera Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Documento firmado el 22 de abril de 2016 coincidiendo con el día de la Tierra. Este importante acuerdo universal, jurídicamente vinculante, fue ratificado por la Unión Europea el 5 de octubre de 2016.

Hoy, 21 de marzo, con la llegada del equinoccio de la primavera se conmemora el Día Mundial Forestal o de los Bosques. Esta fecha fue proclamada por la Asamblea de las Naciones Unidas el año 2012. Mediante su celebración se rinde homenaje a la importancia de todos los tipos de bosques del planeta y se debe intentar generar conciencia al respecto.

¿Qué impacto exacto tendría sobre los bosques el cambio climático derivado de un efecto invernadero reforzado? Quizá una de las respuestas a la pregunta sería que los bosques experimentarán profundos cambios en su distribución geográfica y composición en especies, muchas de las cuales podrían resultar eliminadas. También es probable que los daños producidos por incendios o por ataques de especies patológicas, virus, hongos e insectos a las especies debilitadas y la competencia por la proliferación de especies invasoras se multiplicarían. Pero la realidad es más dramática. La destrucción actual por quema, tala masiva de las selvas tropicales amazónicas, centroafricanas y del sudeste asiático está tasada en un trágico ritmo de 20 hectáreas por minuto. Cuando la población humana alcance los diez mil millones de personas a mediados del presente siglo, sino se frena esta triste secuencia y se continúa convirtiendo amplios espacios forestales en plantaciones de monocultivos o en terrenos urbanizables, el panorama puede ser no solo desolador, sino suicida.

Nuestro frágil territorio insular no está exento de este peligro. Nuestras singulares masas forestales sufren con demasiada frecuencia el efecto devastador de graves incendios. En lo que va de año, en La Palma y en Gran Canaria ya se han producido algunos en este invierno cálido. Por otro lado, el uso lúdico de los habitantes y visitantes de la isla está contribuyendo, si no se regula el tráfico por los mismos, a una notoria degradación. Sirva como ejemplo la masa de vehículos aparcados en los bordes de la carretera dorsal de Anaga próximos a la Cruz del Carmen, donde la saturación del aparcamiento en las cunetas constituye una degradación del monte, así como la contribución evidente a la instalación de especies invasoras.

Es de lamentar que, pasados unos años de la declaración de Anaga como Reserva de la Biosfera, aún no se haya constituido el reglamentario Consejo de la misma. No parece haber una decisión política efectiva para implantar medidas serias y eficaces en la defensa de nuestra singular Naturaleza. Penoso.

*Habitante de la Biosfera

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