tribuna

Control mediático

Existe un afán pertinaz por destruir todos los iconos que definen a nuestra sociedad libre y democrática. La independencia de los poderes es una de las principales garantías del sistema, pero cada vez son más las voces que sugieren que estos están contaminados, invitando a suponer que hay organismos supranacionales que lo controlan todo, con mayor capacidad de influencia que la que puedan tener los Gobiernos. Esta situación es achacada a los jueces, pero en cuanto descubrimos que la potestad de estos se limita a meterte en la cárcel y no a intervenir en tus opiniones, el ámbito del intervencionismo se amplía, acusando a la prensa de ser la herramienta que utilizan los poderes fácticos para manipularnos. Los que dicen sabérselo todo aseguran que esto es así. Que estamos en manos del Ibex 35, del Club Bilderberg, o de una confluencia planetaria manejada desde una galaxia lejana. Votes a quien votes, hagas lo que hagas, al final estarás sometido a las decisiones últimas de los poderes ocultos.

Uno de los argumentos para evidenciar que las cosas no ocurren así es que existen asociaciones de jueces de todas las tendencias, y que demuestran que la aplicación imparcial de la justicia es compatible con tener una ideología. Al final, son los políticos los que elaboran las leyes y los magistrados los encargados de aplicarlas. Igualmente, hay prensa inclinada a favorecer a determinadas opciones, pero en esto se compensan las unas con las otras, estableciendo un principio de igualdad de oportunidades. Otra cosa es que los consumidores estén más predispuestos a tragarse unas patrañas que otras, pero, a la vista de la división de la sociedad en bloques antagónicos, se puede asegurar que están empatados. Tanto la prensa como el poder judicial representan a la variedad ideológica, y así debe ser. Ejercer la neutralidad, como principio deontológico, es imprescindible, lo que no se puede tolerar es que esto se convierta en un espejo del deseo de establecer el pensamiento único.

Las sociedades democráticas no son perfectas. Las garantías de libertad e independencia son las que hacen posible que estas sospechas y estas tentaciones circulen con naturalidad. Lo único que se encuentra por encima es el cumplimiento de las leyes. Hacer tambalear al sistema poniendo en cuarentena a sus instituciones públicas y privadas solo pretende el desprestigio y la falta de fiabilidad. Lo malo es que a los que lo hacen se les ve el plumero, porque en paralelo proponen crear órganos estatales para el control de la opinión y del pensamiento libre. Con este razonamiento se puede convertir en héroe o en villano a un personaje como Assange, que hoy favorece a Trump como es mandado a detener por él. Assange es de los buenos o de los malos según convenga. Mientras tanto lo mejor es afirmar que todo está controlado desde fuera por los grandes trust empresariales. Este es el riesgo del negocio privado, que amenaza con matarte, por ejemplo, en los hospitales, donde recae la sospecha de que los consejos de administración deciden por encima de los cirujanos.

La sociedad en la que vivimos está predispuesta a tragarse el último bulo que le echen. Esto no es otra cosa que la prueba de que se rige por principios de respeto a la libertad, incluso para eso. A veces esto nos conduce a la tentación de poner en duda a lo que apreciamos como base fundamental para la convivencia. Claro está que el bulo tiene mayor capacidad de persuasión que esto que acabo de escribir. Ese es el problema. Pese a todo, no me voy a negar a seguir diciendo lo que pienso.

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