por qué no me callo

Las dos verdades de esta semana

El voto oculto y la caja tonta protagonizan la semana que empieza como nunca antes en una campaña electoral. Para decirlo claro: algunos partidos están tentándose la ropa ante el giro que pueda esconderse en la masa de indecisos que no han querido revelar el voto a los encuestadores (por prejuicios, pudor, temor al qué dirán). Estoy refiriéndome, en concreto, al llamado bloque de derecha, el que integran por imperativo del guion PP, Ciudadanos (Cs) y Vox.

Hasta este lunes en que se podían difundir encuestas, en virtud de la ley, había un simulacro de empate a 164 entre la izquierda y la diestra, ambos lejos del voto 176 que consagra la mayoría absoluta y que se hizo famoso entre nosotros, los canarios, durante el último Gobierno de Rajoy porque ese escaño lo encarnaba el diputado de Nueva Canarias Pedro Quevedo. Tradicionalmente, era un voto reservado a Coalición Canaria y que tantos réditos le aportó; entre otros, el secuestro de facto de los diputados regionales del PP, que de modo obsecuente prestaban auxilio a los gobiernos de CC. Ocurrió lo que ocurrió y esa norma no escrita del apoyo tácito popular a Coalición quebró cuando Asier Antona, tras la expulsión de los socialistas por Clavijo, dijo no a la petición de mano del presidente y recibió una descarga eléctrica en modo de asedio mediático de medios afines al novio plantado en el altar.

Ahora se escribe otra historia. O, para ser exactos, se está escribiendo esta semana como en un partido televisado que no se decidirá hasta el último minuto, con VAR incluido. Dados los antecedentes, es para ponerse a temblar si estuviéramos en el pellejo de las fuerzas conservadoras que aspiran a ser alternativa. ¿Es Vox el voto oculto?

La pregunta recorre las sedes de esas fuerzas coaligadas de antemano frente a la amenaza de la victoria socialista consensuada por la multitud de sondeos que ha marcado el paso a esta campaña desde que Tezanos lanzó en el CIS hábilmente lo que ya se conoce en los círculos demoscópicos como la profecía autoincumplida del sanchazo del 28-A. Porque si las encuestas fracasan, como ha ocurrido tantas veces en recientes comicios y referéndums en Europa y América (del brexit a Trump) y gana en su espectro Vox, la derecha tendría un problema: ¿Populares y ciudadanos le darían la presidencia a Abascal, en caso de sumar como en Andalucía?

A tales efectos, las consecuencias podrían ser múltiples, pero nada hace descartar que, en ese caso, Cs se aviniera a una entente con los socialistas e, incluso, el P, buscara reacomodarse en las instituciones locales. Lo cierto es que esa sospecha ya ronda las cabezas de los jefes de campaña y nadie es ajeno a las incógnitas que se ciernen sobre esta semana definitiva para las elecciones generales.

Dos cosas no han sido tan verdad nunca como ahora: que los debates televisivos tendrán influencia y que la bolsa de indecisos podrá tener la última palabra. En convocatorias precedentes no se les tenía semejante preveción a una y a otra. Ahora sí, por cuanto los líderes se han sentado frente a frente por primera vez a mantener una conversación que nos debían y las encuestas se lo han perdido. O sea que, esta vez sí, la tele va a influir. Y nunca antes los indecisos fueron tan decisivos.

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