el charco hondo

Suspense

Hitchcock construía el suspense deslizando pistas falsas. Jugaba con nosotros. Provocaba que empatizáramos con uno de los personajes para acto seguido hacernos cambiar de opinión, fidelidades y preferencias. Manipulaba con facilidad e inteligencia. Nos tentaba con elementos de distracción, y mordíamos sus anzuelos. Hacía malabares mostrando u ocultándonos cartas, con las que daba forma a relatos que O’Selznick bautizó acertadamente como los puzles malditos, porque Hitchcock rodaba de tal manera que nadie más que él podía poner las piezas juntas de la manera adecuada. Con él ningún plano era inocente, no había información prescindible ni escena que no escondiese alguna intención. Hitchcock no proponía miedo sino suspense. Una bomba que estalla no inquieta; explota y ya está. El suspense es otra cosa. El pánico no lo genera la explosión sino la presencia de la bomba, saber que está ahí. La ansiedad se genera por la espera, por la posibilidad de que finalmente acabe explotando, o no. A cuarenta y ocho horas de la jornada electoral, Vox es esa bomba debajo del asiento, ese cuchillo junto al fregadero, esas tijeras sobre la cama del dormitorio. A dos días de la noche electoral, Vox es esa sombra al otro lado de la cortina, esa silueta a contraluz. Vox es la pieza que puede convertir el rompecabezas del veintiocho de abril en un puzle maldito. Vox es la pista falsa que está jugando con las intuiciones de los espectadores, y puede que también con las encuestas. Ni uno solo de los partidos duerme tranquilo. Ni uno solo de los candidatos las tiene todas consigo. Todos, sin excepción, tienen sondeos. Todos, sin excepción, auguran resultados. Pero todos, sin excepción, barajan la posibilidad de que Vox rompa la noche electoral. Vox es el voto oculto junto al fregadero, o el voto imprevisto sobre la cama del dormitorio, el secreto estadístico al otro lado de la cortina, el hartazgo no confesado a contraluz. Vox es la bomba electoral que puede no estallar nunca, pero ahí está, debajo de la mesa. Su presencia tiene a los partidos sumergidos en un suspense que podría acabar en nada, pero que también puede terminar rompiendo la noche electoral. El domingo sabremos cuántos encuestados deslizaron pistas falsas. En cuarenta y ocho horas se sabrá si de las urnas sale o no un puzle maldito.

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