después del paréntesis

Fútbol

Lo vi. Una chica, con amplia sonrisa, consolaba a su novio que, sentado en la grada, cabizbajo, se tomaba la cabeza con las dos manos. Ella vestía la camiseta de la Real Sociedad; él la del Atlético de Bilbao. Los de Bilbao habían perdido; de ahí la pena, o el contento, según la parte. En las gradas no había separación entre aficiones; es decir, no se habilitó un lugar para los contrarios y (por supuesto) a la policía no se le ocurrió declarar el partido como potencialmente peligroso. Los unos coreaban las jugadas de su equipo; los otros las del suyo. Y hermanados, profusamente hermanados. Y tal constatación argumenta lo que esa nación es y divulga: una, inquebrantablemente una. Pese a lo que pese, ocurra lo que ocurra y enfréntese quien se enfrente. Por más, pongamos que en el último partido de la liga la Real Sociedad o el Eibar necesitan algún punto del Bilbao (por ejemplo). ¿Qué ocurriría? ¿Alguien lo duda? ¿Qué sucede con los canarios que ni nos encontramos ni nos queremos? Una comunidad consecuente aprovecharía acontecimientos como el que se avecina para hacer constancia de lo que somos. En un encuentro como ese lo lícito sería que los jugadores salieran al terreno de juego mezclados, uno de Las Palmas, uno de Tenerife, y que portaran extendida la bandera (aunque sea la autonómica y no la de las siete estrellas, que es la propia), la bandera que nos identifica. Luego de los saludos y de los abrazos oportunos, a jugar. Que gane el mejor, porque de eso es de lo que se trata, no pretender dejar claro quién es el más listo o el más fuerte frente al contrario convertido en enemigo.

Eso no ocurre. Partido de alto riesgo. ¿Por qué alto riesgo si los de allá y los de acá compartimos la misma sangre y proyectos? La discordia es uno de los alcances más siniestros de los hombres; sobre todo cuando la discordia ni es consecuente ni tiene sentido.

Lo que divulga esa marca es la más aberrante seña de lo primitivo, de lo tosco. Lo asumible sería la razón y no lo la insensatez. Y si de ese modo colérico nos mostramos, de ese modo nos identificamos.

¿Somos así los canarios? Viendo lo que ocurre a nuestro alrededor, con trampas, subterfugios y proclamas de división en provecho de unos pocos, es lo que se revela. La conciencia popular de ese modo, con sumo dolor, lo ha aceptado. ¿Confirmamos la batalla de Waterloo o lo que nos compromete? Nunca es tarde si la dicha es buena, aunque el pesimismo nos asole.

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